No me
detengo ya
a contemplar
las nubes
a pasear por
el campo
a contar las
horas
deshabitadas
o los días
despeñados
en los vasos
amarillentos
en las lunas
amargas
en los
pasillos del desván
donde juegan
los niños
entre
disfraces polvorientos
y el arpa
rota y desvencijada.
Y allá en
las playas perdidas,
como bien se
olvida pronto,
hay varios
crisantemos caídos
sobre los
mármoles,
donde no
llegó la inundación.
No me digas
que no sufriste
que no
lloraste
algunos
días, algunas noches
mientras
miramos la tormenta.
Estas
lágrimas que no encuentran
su cauce,
las palabras
su camino,
su forma, el cuenco
que las
contenga, las voces
que formen
ecos. Ahora no sé bien
cómo volver
a empezar
a sacar de
lo olvidado, de lo perdido.
Por segunda
vez aprenderé. Aprenderé.
Podrán
engañar estas palabras,
como si
fueran sinceras,
como si
fueran confesión o desahogo,
y mientras
yo me reiré
al ver los
rostros extraños,
las
preguntas - ¿qué dice?
¿a qué viene
eso? ¿de qué habla?
¿todavía
no…? – eso será la señal:
ya llegó la
hora de empezar.
Damas y caballeros,
señores y
señoras, empezamos…
En el
escaparate, al público,
aquello que
sólo se decía
de boca a
oreja,
finalmente
será en el
cubil, en la guarida,
donde
restregaré mis heridas,
donde seré
sanado,
donde me
glorificarás. Eso: glorifícame,
mátame
contigo, llévame lejos.
Hazme un
cero a la izquierda,
déjame
oculto.
Perdido en
el olvido.
***
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