miércoles, 4 de septiembre de 2013

Aguas que fluyen hacia arriba


El agua que acostumbra a manar hacia abajo, corra hacia arriba. Esto es lo que ejemplifica el devenir de mi alma, que va cayendo como en picado, y que no puede remontar por mucho que lo intente.

Quizás precisamente en esto radique el dejarse amar por el Amado: en dejarse, ya que la propia voluntad no puede.

Mira aquí, pues, todas mis aguas derramándose, y no van hacia arriba, por cierto, sino hacia abajo; y no empapan la tierra para fecundarla y dar fruto, sino que se pierden para siempre.

Esto son aguas que fluyen hacia arriba.

domingo, 18 de agosto de 2013

No hay renacimiento posible



Me callé y mis obras no hablaron por mis palabras (pocas y malas).

Simplemente me callé. Me sumí en el silencio.

Y ahora retomo, trabajosamente, a desbrozar esta selva de malezas. Para que las palabras me traicionen.
Estas mismas palabras que lees:
E - S - T - A - S    M - I - S - M - A - S
(desde que los signos llegan a tus ojos
hasta que las unes en tu pensamiento
y encadenas su significado):

¿con eso piensas que vas a desnudar mi interior,
que vas a saber y comprender lo que quiero decir?


Si piensas eso es que no has comprendido aún el engaño de las palabras. De todas las palabras.


Si piensas eso es que no has entendido nada.


miércoles, 22 de mayo de 2013

Admiro tu Belleza en los mil matices de verde de las hojas de los árboles (17): Revisitar Sangrazul



            Admiro tu Belleza en los mil matices de verde de las hojas de los árboles, cuando las da el sol de la tarde. Me quedo extasiado cuando cierro los ojos para percibir todos los sonidos de la Vida en Ti: el canto de los pájaros, la brisa, el ruido de los autos, el sonido del aspersor,… Acuso en mi interior, uno a uno, goteando, los segundos de mi tiempo, de mi vida, de mi existencia. Me demoro en el salto de un segundo a otro, de un instante a otro, en ese vacío del tiempo que es sostenido por Ti. Si Tú no sostuvieras cada segundo, cada parpadeo de mis ojos, cada aleteo, yo no existiría, yo no estaría aquí, yo sería nada. Tú sostienes lo algo que yo soy, y lo das consistencia en tu Persona. Recreas todos mis dones continuamente, no te cansas de crearme a cada instante, de sostener por puro amor mi existencia. El fuego de tus ojos incendia mis excusas, las palabras de tu boca cimentan mis ilusiones, la caricia de tus manos empuja mis pasos. Queda tu huella en mi vida, como poso profundo; queda este deseo de fundirme en Ti, como motor y acicate de mi búsqueda y mis desvelos. Renuevame, Señor Jesús, recreame, vive mil vidas, a través de mi vida y de la de los otros. Grábame tus sentimientos, sóplame tus inspiraciones, piensa en mí tus proyectos, sueña en mí tu Mundo Nuevo. Y, cuando se agote mi persona, cuando regrese al grado cero de espacio y de tiempo, absorveme en tu corazón, fúndeme en tu Amor de nuevo: hazme tuyo en Ti.



martes, 21 de mayo de 2013

Le llamaban Juan de Hierro (16): Revisitar Sangrazul




            Le llamaban Juan de Hierro y nació en un río muerto, desecado. Vivió un tiempo en el bosque, solitario, alimentándose de insectos y de raíces. Durante cincuenta años no vio a otro ser humano, por lo que se creía solo en el mundo. Un día aventuró un paseo más allá de los límites, o los humanos del pueblo aventuraron un paseo más allá de los límites (no se sabe), y Juan de Hierro descubrió al otro. El otro resultó ser un niño moreno y descalzo, al cual Juan de Hierro cargaba sobre sus hombros, como si fuera un rey y él su trono, y mataba las hormigas que mordisqueaban sus pies pequeños. Corrió Juan de Hierro con el niño sobre sus hombros: corrió atravesando el bosque y atravesando el río, saltó cercas y escaló montes, encaró fieras y espantó aves de rapiña. Juan de Hierro arrancaba musgos y líquenes, para hacerle un colchón al niño, y entretejía hojas secas para resguardarle del frío nocturno. Con sus propias manos, Juan de Hierro estrujaba almendras que convertía en leche y arrancaba manzanas silvestres y setas, y se lo presentaba al niño sobre un mantel de hierba. “No volverás a ver a tu padre ni a tu madre”, decía Juan de Hierro al niño, “Pero te guardaré a mi lado, pues me has devuelto la libertad”. Y el niño lloraba, al acordarse de su casa; pero pronto reía de nuevo, descubriendo el bosque desde los hombros de Juan de Hierro. Al cumplir los siete años, Juan de Hierro encomendó al niño el cuidado de un riachuelo de oro. Así pasaba día tras día el niño, contemplando los peces dorados y las aves transparentes que revoloteaban sobre el agua.
            Un día, Juan de Hierro no regresó. Se hizo de noche y el niño seguía sentado a orillas del riachuelo. El oro del agua resplandecía en la oscuridad, bajo la atenta mirada de la luna. Pero al día siguiente, Juan de Hierro no regresó. Y al otro tampoco. Al tercer día, al amanecer, el niño comenzó a llorar, viendo que Juan de Hierro no regresaría jamás. Sus lágrimas caían al riachuelo y formaban círculos. El niño se asomó a la superficie dorada y, sí, ahí estaba Juan de Hierro, llorando. Y, cuando el niño sonrió, Juan de Hierro le devolvió su sonrisa.


lunes, 20 de mayo de 2013

A veces las calles llenas de personas se me desvanecen (15): Revisitar Sangrazul




            A veces las calles llenas de personas se me desvanecen, dejando paso a amplias praderas surcadas por caballos. Las aceras pulverizan su cemento a mi paso, y camino sobre la tierra, mis pies desnudos. Cierro los ojos cuando me lleno los pulmones con el aire fresco de la montaña. Sigo caminando solo, pero el entorno me es distinto, me trae algo en el ambiente. Los edificios se vuelven vida vegetal que extiende sus brazos hacia el cielo, se vuelven vida. Todo lo artificial fluye, como un río, creciendo y desarrollándose, rebosante de espíritu. También yo me siento vivo en esta vida. (Sé que no es así, que la realidad es otra. Dime, ¿a quién hago daño en estos segundos de plenitud, soñando en su presencia? Dime, ¿acaso debo rehusar estos paseos, estos arrebatos del amor, estos raptos de un recuerdo venturoso?) (Permiteme soñar, que no hiero a nadie; y, si acaso, a mí mismo. Unos minutos duran mis partidas, pues después la realidad se me impone. En los momentos de dolor incontenible, intento juntar todos los minutos, pero la cuenta no me sale. Por eso, ten compasión, y déjame perderme en su presencia; sabiendo que la pena de amor ya no se cura sino con su presencia ¿y su figura?) (Su figura… En tantos cuerpos la he buscado que he perdido la cuenta, la misma cuenta que los minutos no sumados. Y todo no son sino copas de ajenjo que apuro con avidez, con la avidez del condenado a muerte, con la avidez del que todo lo perdió).
            Mira en los bolsillos de tu chaqueta: encontrarás una foto vieja con una dedicatoria en el reverso. En el papel hay nieve dorada cayendo. Amanecerá oscuro el día que encuentres esta dedicatoria, y por fin sabrás que amé hasta el dolor, hasta la muerte. Su sola presencia en mi recuerdo me aniquilaba. Me consumía cada día esperando la muerte para volver a sus brazos, para consumirme en su regazo, para descansar.


sábado, 18 de mayo de 2013

Dejarse arrastrar por el corazón herido (14): Revisitar Sangrazul



El cielo está rojo, como mi cuello: sangrando. Se abre el horizonte con estrellas invisibles, se ensancha, se alarga, se hunde. El cielo nocturno agujereado se sangra en destellos afilados que bañan las ramas desnudas. El tren, a lo lejos. Camino al cementerio, la noche parece más fría de lo que es. También parece más acogedora (a pesar de más fría). Suenan a lo lejos las voces, en la casa, contando historias, cantando. Vuelve el recuerdo de lo eterno en cada paso. Sentirse vivo, respirar, desgranar uno a uno los latidos, llenarse los pulmones de bocanadas de aire frío: permitirse que el tiempo pase y te haga muescas en el alma. Dejarse arrastrar por el corazón herido, que tira del cuerpo y lo mueve, como un pájaro enjaulado que revolotea buscando la salida. Cerrar los ojos y verse recogido en la noche, desplegado, repartido, dispersado, consumido, consumado. Abrir los brazos e inmediatamente alzar el vuelo, o ser crucificado, o recibir otro cuerpo en un abrazo. Sentirse vivo, sentirse libre, sentirse uno, sentirse nada.


jueves, 16 de mayo de 2013

El cielo está rojo, como mi cuello: sangrando (13): Revisitar Sangrazul




El cielo está rojo, como mi cuello: sangrando.
Nieve, púrpura, luna, piedra,
ciervo, arroyo, selva, desierto,
oasis, origen, olvido, oscuridad,
caballo, cabeza, claridad, clamor,
pueblo, popular, población, público,
arte, Marte, parte, darte,
rojo, negro, blanco, azul,
siempre, nunca, todavía, aún,
desde, hacia, tras, por,
soplo, álito, brisa, viento,
águila, ánfora, ácido, ánimo,
contemplar, escuchar, aprehender, conocer,
siempre tú mismo serás tan sólo tú.

martes, 14 de mayo de 2013

Me hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías (12): Revisitar Sangrazul




            Me hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías. Me hubiera gustado sostenerte cuando entregaste tu alma. Estar ahí para ti, que sintieras mi presencia, que sintieras que te quería. Me hubiera gustado verte cerrar los ojos. Sostenerte así, como recién nacido, recién entrado a la eternidad. Poder sentir tu aliento que se extinguía, el calor de tu cuerpo que se apagaba, tus recuerdos que se alejaban y se expandían. Te hubiera devuelto a la tierra, como un fruto maduro, como una semilla, la semilla de tu cuerpo. Sostenerte para que no sintieras miedo en el viaje, para que supieras que estaba aquí, contigo. Susurrarte al oído palabras de ánimo que no necesitabas, pero que yo necesitaba pronunciar. Llorar sobre tu cuerpo moribundo que no necesitaba mis lágrimas, pero que yo necesitaba humedecer con mi tristeza y mi dolor. Era yo el que necesitaba las palabras, las lágrimas. Saber en mi corazón que me mataste contigo, o al menos una parte de mi ser. Necesitaba verte morir, que no me lo contaran, que no me lo ocultaran: estar ahí, presente. Ver la Muerte cara a cara de nuevo, después de rondarme a mí, esta vez en un ser amado. Plantarle cara a la Dama Negra para reírme de su supuesta crueldad y decirle que no podía nada contra mis sentimientos, que Ella me convertía en un sagrario inviolable de tu amor y tu recuerdo, en una tierra sagrada. Descalzarme ante tu partida. Dejarte reposar, fruto maduro. Contemplar el amanecer entre mis lágrimas y dejar que el sol me secara la cara. Respirar hondo, una dos tres veces. Recoger tus cosas, y explicarle que ya no volverías. Donar tu ropa, quemar tus cuadernos, conservar tus cartas. Permitir salir al dolor, convertirse en las paredes de este santuario de tu amor. Olvidarme del mundo, desterrarme de mí mismo, aniquilarme. Cumplir y colmar una a una las leyes de la aniquilación.
            Así fue como me sucediste, así fue como te me moriste por dentro, ave fénix, para resucitárteme en mi andar, en mi sonrisa y en mi forma de escribir la letra “a”.


domingo, 12 de mayo de 2013

Imposible sentir (11): Revisitar Sangrazul




            Me despierto con el ruido del tráfico: cinco de la mañana. Cuarenta años, pero, cuando despierto en la oscuridad, tengo que recordarme la edad: me despierto asustado, tembloroso. Mis despertares no son los de hace treinta años. Mis sueños, tampoco. Con la edad he aprendido a llorar por dentro, a quejarme poco, a sonreír como máscara ante la adversidad. Miro la ciudad: cinco millones de almas. Y en las azoteas veo las alas de los ángeles, velando. Sonrío y saludo a uno con la mano. Sonríe y alza el vuelo; se pierde en el cielo salpicado de estrellas. Apoyo la frente en el cristal frío y éste se empaña con mi respiración. Acaso te lleve esta noche el río mis promesas, mis palabras, mis saludos. El tiempo no pasa en vano. Tengo tus ojos en mis entrañas dibujados. Mírame, perdido en la noche, observando la ciudad que duerme. Las farolas dibujan a un joven con un ramo de flores; camina presuroso; tira el ramo de flores a una papelera; da la vuelta y deshace lo caminado. Aparece detrás de él un ángel (o quizás sea un recuerdo). Las flores rojas en la basura me recuerdan tus labios, tus heridas,… Mírame, desde que te perdí, desde que te fuiste, desde que me abandoné, … (¿vincit fortuna?). Y en mi alma aparece un sentimiento, memento mori, que lo cubre todo como una fina membrana, como una capa de nieve, como un manto protector. Imposible sentir ya el frío de la noche, pero tampoco el calor. Imposible sentir hambre ni sed, pero tampoco la saciedad. Imposible sentir tristeza, pero tampoco alegría. Imposible sentir ya. Imposible sentir. Mi corazón está en un cofre, quiero pensar que no es una urna mortuoria, quiero pensar que está adormilado, esperando el momento (¿qué momento?), esperando alguna señal, algún gesto, alguna estrella fugaz o un ramo de flores despreciado. Vuelve el ángel a su posición de vigía nocturno y sé que puedo volver a la cama, y dormir sin pesadillas, sin despertarme sobresaltado. Vuelvo a la cama pensando en tu presencia y el ángel, desde la mesilla de noche, me alarga un frasco de somníferos. Hoy dos serán suficientes, después de vislumbrar tu rostro. Y, al tomar las pastillas, el agua me sabe a agua. Y, al dormir, el sueño me sabe a sueño.

sábado, 11 de mayo de 2013

Cita a ciegas(10): Revisitar Sangrazul




            Llegaba un poco tarde, cita a ciegas, y estaba ansioso por ver tu rostro. Habíamos hablado tantas veces, aún sin vernos… Desde la pantalla luminosa escribía mis frases más ocurrentes, atacando tu ironía (eso fue al principio, los primeros meses). Desgranaba mi rosario de lecturas clásicas, encadenando los místicos del XVI con Marguerite Duras, pasando por Lorca y Quevedo, mientras tú me respondías (Lolita engreída) con Nabokov y Tagore, y te abismabas en Salinas o en Edith Stein. Así se deslizaban las noches, después de un día gris en la oficina, en un mundo más allá que nos superaba, a la vez que nos envolvía y nos engullía en él. Aquella ventana al infinito adquiría contornos de letras, de poemas en letras rojas, de imágenes grabadas, con banda sonora de la década anterior (ya derrochados los treinta…). En todo esto pensaba, mientras me arreglaba la corbata, bajo el reloj de la estación de buses, cita a ciegas, y estaba ansioso por ver tu rostro. La clave era un libro de Cervantes (cualquiera de ellos), y yo llevaba un Persiles con su Segismundo y toda su corte, en una caja amarilla llena de páginas (eso que llaman “libro”) y lo llevaba así: brazos flexionados, a la altura del pecho, portada hacia el exterior (para que se viera), y un dedo perdido entre sus hojas. El reloj de la estación me observaba para ver en qué paraba todo aquello, y yo mientras, de reojo, no perdía de vista sus manecillas. Ví avanzar a alguien lentamente (“¡ahí está!”, me dije). Pero no: su libro era de Neruda. La sonrisa fue lo primero que ví en ella, y después sus largas piernas (“¡ella es!”, me grité). Pero no: Emily Brönte y sus tormentas. Los ojos azabaches me cautivaron (“no hay duda”, me dije), pero era discípula acérrima de Joyce. La brisa se volvió helada, y supe que era el momento. Entonces te ví pero ¡Virginia Wolf!, ¿y Cervantes? Llevabas un ajado ejemplar de la loba virgen, y quitando la portada, dejaste un cervantino al descubierto. Fue en ese instante que me percaté del hecho de tu barba y bigote. “Nadie es perfecto”, me dijiste. Y, hablando de la focalización del narrador en la Wolf, nos tomamos varias cervezas, mientras el reloj ya se reía a carcajadas.


jueves, 9 de mayo de 2013

Un martes de verano, en el Madrid de 1959 (9): Revisitar Sangrazul




            Te has levantado hace media hora, y estás calzándote una sandalia azul.
            La ciudad a tus espaldas es ajena a tu corpiño, a tus pechos blancos, a tu mano descansando en la rodilla levantada. Todo está inmóvil tras de ti. Hasta el cielo parece haberse detenido. Se recortan los edificios grisáceos más allá de tu balcón, madrugadora, y el humo lejano de las fábricas es del color del cielo de la mañana. El tazón de leche, blanco, compite con tu pie ensandaliado, mudo y absorto en este romper del martes. La chaqueta de punto se ha caído de la silla, para avisarte que aún tienes tiempo, que aún no son las siete, que no llegarás tarde, madrugadora. Se va desperezando el hormiguero de las calles, allá abajo, allá lejos, detrás de ti. Va creciendo el fragor del tráfico, las olas, ondas, ondinas, sirenas, sonoras, sonorosas. Mas esta eternidad se me es dada, ángel de luz, bajo tus pestañas adormecidas. Te meces en la brisa fresca de la mañana del martes, ajena, ausente, mientras tu mano inmaculada alcanza el tazón blanco de leche grisácea. Así te me quedas en el alma, estática, inmóvil: una perfecta fotografía viviente. Y tus contornos empiezan a difuminarse en el paisaje urbano: los edificios, el humo, la gente, las calles,… Se despereza la chaqueta, madrugadora, pronta a que la llenes con tu luz. Tus pies se mueven con pereza dentro de las sandalias, peces encerrados en el agua. Antes de sangrar el tazón, madrugadora, te llega el llanto de un niño. Rompes la acuarela matutina, dejas tras de ti todo el paisaje, abandonas el balcón y el martes recién estrenado, y sales de mis pupilas para regresar, minutos después, con un tierno y cálido bulto entre tus brazos. Cantas ahora, madrugadora, dándome la espalda, y contemplando con tu criatura, la jungla y el hormiguero donde habitas. Cierras los ojos un instante y te sientes volar sobre las calles, hasta perderte en el horizonte mordisqueado de cemento. Recién estrenas el día, madrugadora: un martes de verano, en el Madrid de 1959.


miércoles, 8 de mayo de 2013

Cuando estaba hundido en el lodo, sabía dónde estaba (8): Revisitar Sangrazul




            Cuando estaba hundido en el lodo, sabía dónde estaba. Ahora que estoy de pie, no sé dónde estoy.
            ¿Por qué así se suceden, a borbotones, a dentelladas, los crueles asaltos del enemigo? ¿Y qué peor enemigo que yo mismo, que no confío, que no me suelto, que no me abandono?
            Esto de volar cerca del sol… no es lo mío. Y, antes de que se me derritan las alas, voy a pisar el seco pasto, caminar por los caminos polvorientos: ¿adónde voy yo, metido en estas cruzadas? Ya quise olvidarme del sol, cuando su luz me cegaba, ya quise tapar la luna con un dedo y borrar de mi noche las estrellas. Pero todo ahí permanecía: no era menos real por evitarlos. Mas, sin embargo, qué iluminado me sentía, qué henchido de vida y de esperanza, qué fuerte en mis alas y en mi vuelo…
            Ahora retorna al lodo, lodo mío, para saber dónde estás y qué persigues, para conocerte de noche y de día, para recordarte entretejido en las entrañas de la tierra. Date cuenta, gusanillo mío, luciérnaga, que la vida es una sola y tan corta que se pasan volando los días y cuando parpadeas ya pasaron siete años y no recuerdas lo de ayer mas aún así qué densidad la de la vida qué alegría y belleza el estar vivo el vivificarse todos los días el saberse existente el descubrir todo recién parido cada mañana recién recogido cada noche el sentir el calor y el frío sentir la curiosidad y el hambre sentir el sol y los dolores de parto el sudor del trabajo y respirar eso en definitiva sentirse vivo y no dejarse aplastar ante la duda.


martes, 7 de mayo de 2013

Mordazas (7): Revisitar Sangrazul




            Hay mordazas de tela, mordazas de cuero, mordazas de madera, mordazas de metal.
            Hay mordazas de tela fina, casi gasa; mordazas de tela basta, como de saco, que llevan tierra y sudor; mordazas de tela en jirones, arrancados de prendas de vestir o de ropa de cama; mordazas de tela mojada, empapada de lágrimas y de saliva; mordazas de tela con tela, que no dejan respirar.
            Hay mordazas de cuero basto, con olor a animal acorralado, a cacería; mordazas de cuero negro, para el dolor o para el placer; mordazas de cuero húmedo, para ajustarse cuando se secan; mordazas de tacto rasposo, que cubren toda la boca y parte del mentón.
            Hay mordazas de madera, aunque no se ven frecuentemente; pero no por ello dejan de ser menos mordazas y de cumplir su misión.
            Hay mordazas de metal frío, que se ajustan como un candado; mordazas de metal caliente, que silencian y queman el rostro; mordazas de metal afilado, cuyos clavos se hunden en el rostro; mordazas de metal herrumbroso, utilizadas para amordazar a muchos.
            Y junto a estas mordazas hay otras.
            Mordazas de olvido: no saber fecha ni hora, no recordar nombres ni rostros, no conocer lugares; no saberse, no recordarse, no conocerse.
            Mordazas de silencio: anular la vida para no ver la verdad, sepultar lo vivo tras una pared o bajo una lápida, callar los gritos para pensar que nunca existieron; anularse, sepultarse, callarse.
            Mordazas de muerte: cegar los ojos para no ver, cerrar la boca para no hablar, encadenar las manos para no tocar, tapar las orejas para no oír, detener los pies para no caminar; cegarse, cerrarse, encadenarse, taparse, detenerse.
            Mordazas de dentro, mordazas de fuera. Mordazas desde dentro, mordazas desde fuera.
            Elegir la mordaza, para pasar toda la vida intentando arrancársela.

lunes, 6 de mayo de 2013

¿Dónde están las llaves?(6): Revisitar Sangrazul




            ¿Dónde están las llaves?
La lluvia, tras los cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten? Oigo olas a lo lejos pero no las veo.
Arden orillas de ríos, repletas de árboles. Golpea la lluvia los cristales; desde la cama, la tarde. Hospital de moribundos, planta de cardiología (¡qué ironías de la vida!).
Calcularon mal la hora: llega un ataúd rodante. Sigue la lluvia llorando, se va llevando la tarde. Giro de un lado, giro de otro: el pasillo, los cristales. Cierro los ojos y veo la lluvia en nieve; mi madre acaba de abrirme la puerta, detrás está mi padre. Vuelve la lluvia mansa a mis oídos. Su susurro se mezcla con las olas, a lo lejos.
La luz se retira, acaba la hora de visitas.
Un anciano, a mi lado, sigue un partido de fútbol en el televisor. Se recorta la máscara griega bajo los rayos de esta luna de cristal; lluvia de fondo. La lluvia me moja en mis propios fluidos de cuerpo enfermo: sudor, saliva, lágrimas, semen, sangre. El ritmo líquido que moja el asfalto sin empaparlo; el mismo que empapa los jardines, los árboles, los tiestos del balcón de enfrente. Los rayos de cristal casi lo devoran todo. La lluvia ahora no se ve: se siente.

¿Dónde están las llaves?
La lluvia, tras los cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten?
Cierro los ojos y todo desaparece. El anciano respira apenas, hipnotizado por la luna. Es un licántropo.
Suspiro una vez; suspiro dos; suspiro tres. Tomo impulso para cerrar los ojos. ¿Cuál es la letra que cierra los ojos, cuál el sonido? Ya no estoy aquí, ya soy nadie.


domingo, 5 de mayo de 2013

La Dama del Lago me obligó a venir de nuevo (5): Revisitar Sangrazul




            La Dama del Lago me obligó a venir de nuevo. Yo no quería, puedo jurarlo, mas me sedujo con sus encantos y caí bajo su embrujo, como un pajarillo enredado en la zarza de sus palabras. Cuando sus ojos, de un azul transparente, se posaron en mi rostro, en ese preciso instante, supe que estaba perdido, que volvería aquí. Y, mírenme, aquí estoy, como la prueba palpable de este maleficio.
            Ya no reconozco a nadie (ni siquiera me conozco a mí mismo), y esto hace que esté más perdido que nunca. Vivía feliz (o casi) en un sueño que ya duraba varios años: todo el tiempo eran noches o días, o mejor dicho ni noches ni días, sino sólo tiempo, estar, permanecer. En uno de los sueños de estos días-noches es cuando percibí su perfume (el perfume de la Dama del Lago). Sin saber que era ella, pregunté a mi cabeza, pero no hubo respuesta. Pasé entonces a preguntar a mi corazón, pero nada. Mis entrañas estaban ardiendo, y a ellas les pregunté. Pero no contestaron palabras y se limitaron a arder. Consumiéndome estaba cuando volví a percibir el perfume. Y un veneno se coló en mi copa de tal forma que morí entonces, que muero ahora, que desde entonces muero. No pienso (no me lo permito) que la luna llena podría haber obrado el milagro. O que los árboles florecidos podrían habernos entregado su secreto. O que todas las otras mujeres podrían haber consultado las entrañas del cordero sacrificado. O que lo lobos podrían haber corrido más rápido para llegar a tiempo (más que el viento). Todo eso ya no me lo permito. Pero invariablemente me retiene la Dama del Lago.
            Estoy en lenta agonía, consumiéndome sin consumirme, pecaminosa zarza ardiente, herida incurable y siempre abierta, piel de serpiente que no logro despegarme.


sábado, 4 de mayo de 2013

Voy al desierto a recoger raíces (4): Revisitar Sangrazul




            Voy al desierto a recoger raíces, recoger piedras, recoger huesos rotos. Caminaré sin calzado, pisando la arena caliente y las zarzas. Cuando recoja lo suficiente, buscaré una cueva donde refugiarme. Allá juntaré los huesos secos, uno a uno; haré un altar con las piedras; masticaré las raíces. Después soplaré sobre el armazón de huesos, desharé el altar y colocaré las piedras (en la cabeza, en el corazón, en el vientre); escupiré las raíces (en las manos, en los pies). Encenderé un pequeño fuego mirando al sur, y esperaré que salga la luna llena; entonces soplaré el fuego hasta tener brasas, y las colocaré en el armazón seco (en los ojos, en la boca, en los oídos). Una vez cumplido todo, me desnudaré y quemaré mis ropas en el fuego, y después danzaré alrededor del armazón, bajo la luna, en la cueva, con el fuego.
            Fuiste recogido en el desierto eres fruto de la arena mil huesos conforman tu cuerpo te rompiste una vez te rompiste cien veces te reconstruí una vez te reconstruiré cien veces tienes piedras en tu cabeza en tu corazón en tu vientre piedras de la tierra que te vuelven a la tierra que te vuelven al desierto y te recuerdan tu origen tienes raíces que te dicen quién eres de dónde vienes y adónde vas tus manos tus pies tienen raíces y con ellas te clavas a tu tierra y ellas abres cuando vuelves a tu tierra tienes fuego en tus ojos en tu boca en tus oídos quema y déjate quemar cuida tu fuego que no se apague alimenta el calor de tu fuego pero que no te consuma domina siempre tus llamas y da calor recuerda que vienes de la noche de la luz de la luna de una hoguera hacia el sur de una cueva agradece siempre a la raíz a la piedra a los huesos rotos nunca olvides cada noche de devolver a la tierra su tierra de devolverte a la tierra y dejarte de derramarte en la tierra y vuelve a ser raíz piedra hueso saliva fuego desnudez noche zarza arena y vuelve siempre al desierto cada día y cada noche.


jueves, 2 de mayo de 2013

Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti (3): Revisitar Sangrazul



Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Sabía que eras peligrosa, que no podía amarte demasiado, que me robarías todo, y terminarías con mi vida. Lo sabía, ¿de qué me sirvió? Te veías tan hermosa en otoño, caminando por la alameda y tapándote con la bufanda. Iluminabas todo a tu paso, irradiabas una luz dorada. Muchos me advirtieron, ¿de qué sirvió? Cuando la luz iba muriendo, no tenía miedo, porque estabas a mi lado. No temblaba. Y por un momento pensé que eso sería eterno, que no habría fin, ni extinción. Pero la felicidad dura un parpadeo, y no me dí cuenta hasta que pasó. Te veías tan linda…
Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Entonces fue cuando me encontré en lo oscuro, me reconocía a mí mismo entre las sombras, me tuve miedo. Mas ya era demasiado tarde, tú habías partido. Te habías llevado todo: te me había llevado. Pisaba las hojas secas en la alameda, los ojos secos; llevaba tu bufanda enredada en mis manos, en mi alma; la luz ya era gris, tal como sería a partir de entonces. Me sentaba en los bancos, viendo pasar el tiempo, viendo la caída de las horas, la muerte de todo sueño, y a mi alrededor todo tenía una extraña incandescencia, como de otro mundo. Salía el frío de la noche: no lo sentía. Los perros vagabundos me ladraban para despertarme.
Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Quiero creer que fue así como sucedió: sabiendo que eras peligrosa y encontrándome en lo oscuro, llegué hasta aquí. Mírame ahora, gris, otoñal, vacío, inerte, muerto, con una placa a mis pies que dice quién fui. En mi memoria sigues caminando por la alameda, aterida de frío, tapándote con la bufanda. De vez en cuando me miras, al pasar; a veces percibes que existo; incluso a veces, muy pocas, piensas que estoy vivo y que te miro desde este pedestal inmóvil, desde este corazón detenido.
Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.


martes, 30 de abril de 2013

La lluvia fluye sobre la ciudad, ajena al dolor, ajena al llanto (2): Revisitar Sangrazul



La lluvia fluye sobre la ciudad, ajena al dolor, ajena al llanto. En su inocente estupidez, fecunda el asfalto estéril, repasándolo, lamiéndolo de parte a parte, buscando una grieta tan sólo, una ranura, por donde volverse vegetal, volverse vida. Caen cortinas densas de agua, lavando el gris urbano, el neón intermitente, el cemento compacto. Antes estuvo deambulando perdida, la lluvia, buscando a quién regalar su potencia fecunda, su vida, y no encontró peor elección que esta ciudad enfadada. No encontró peor partido para su casamiento. Finura transparente hecha cabello de ángel, maravilla líquida por ser maravilla porcelana. Apenas firma el sol una tregua, y en un momento retoma lo suyo, y en el siguiente lo pierde. Colorea con sus lazos lo vivo y lo trenza a la existencia; y a lo existente lo fija en un telar efímero; y a lo efímero lo calienta con la ilusión de perenne. El paseo inocente se extiende durante la tregua, justo hasta el instante de salir la dama. Y, saliendo la dama, poco a poco se vuelven de coral los vivos. Sigue la inocencia boba de la lluvia paseando por la ciudad en declive. Al filo de las luces ciegas, de cada pareja, uno es arrebatado y el otro permanece, uno cae en lo oscuro y el otro es enaltecido al esplendor, uno se percata de los que viene y el otro disfruta de su ignorancia. Va cerrándose así la lluvia: un círculo vivo que rodea el asfalto. Al día siguiente volverán a escucharse las sirenas, desde lo alto de las rocas de los rascacielos, atrayendo a los incautos navegantes a las costas más peligrosas, anclándoles con garfios en su propio engranaje, sorbiendo la insípida médula de sus huesos. Almas de sed y cuerpos de hambre. Y mientras algunas frentes son partidas por el metal, del fondo de otras nacen largas azucenas.

lunes, 29 de abril de 2013

Desde la calle se ve el interior del bar (1): Revisitar Sangrazul




            Desde la calle se ve el interior del bar: la barra llena de figuras que semejan maniquíes (sentadas, recostadas, bebiendo, entre humo). Se reflejan en mi vaso las personas de la calle: es mi tercer ojo, la llave que me abre el entendimiento. Los hielos se van derritiendo, como el humo de tu cigarro que se deshace en el silencio y así, humo silencio soledad, podrían cortarse con una navaja. Lo que más me gusta de mis ojos es verte reflejada en mis pupilas (¡qué estupidez!, me dices, a mí lo que más me gusta es que me sirvan de espejo). Y así vuelvo al vaso. Las figuras siguen moviéndose en su interior y se pasean sobre los hielos, sin caer nunca al alcohol caramelo. Apenas sonrío decepcionado: lloro, lloras, yo de cansancio, tú de ¿alegría? Parece ser que alguien espera en la puerta. La suavidad de los hielos se resbala por los recuerdos, sus esquinas redondeadas, sus formas suaves, como los dolores silenciosos, las lágrimas en calles desconocidas, la confianza en los extraños, la dirección equivocada, las aceras despejadas y el cielo extraviado. Aparecen luces en los hielos, resbalan y se van. Alguien espera en la puerta y se impacienta. La esponja de mi corazón absorbe el hielo; la esponja de mi corazón absorbe tu hielo; la esponja de tu corazón absorbe mi hielo; nuestros corazones son hielos que se derriten, témpanos. La barra del bar se acorta y todos los dolores parecen más cercanos. Cuando llegue el último trago, me tragaré los hielos. Todos. Ya no habrá alcohol caramelo que los acune, que los redondee y dome sus aristas. Ya no habrá más nada. Mi hígado me anuncia la despedida y me aguijonea la hora precisa. Si una figura sale, otra entra, porque los maniquíes somos intercambiables. Decidido a atravesar el espejo, y a enfrentarme a la persona que espera, no sé si liarme con ella a besos o a navajazos. Cae octubre, como mi alma, y me concentro en respirar, en permanecer vivo, eso es suficiente por ahora. Eso me basta. Eso me sobra.


domingo, 28 de abril de 2013

Lenguajes humanos: faltan de pasar (6): Lipti-Lehniv




Veo mi cara reflejada
en la cuchara:
la sopa me sabe salada;
a veces recuerdo tu rostro,
cuando estoy en la fábrica,
el día de tu nacimiento.
                                   Lenguajes humanos.
Cuando te veo llegar
pasadas las tres de la mañana,
sé que has vomitado,
que has fumado marihuana,
me pregunto en qué me equivoqué.
                                   Lenguajes humanos.
Me dicen en tu colegio
que no llegarás lejos,
que te afectó mucho la ausencia
de tu madre;
yo no puedo pensar en ti
todo lo que quiero,
porque me absorbe la fábrica
y tengo que estar atento a las medidas
del producto,
pero muchas veces,
como un relámpago,
                                   tu rostro se me aparece
entre los ingredientes
y la cadena de producción se detiene
por unos segundos.
                                   Lenguajes humanos.
Y me pregunto
en qué me equivoqué.
Sé que no soy ejemplar,
me lo demuestras cuando te ausentas
viendo la televisión a mi lado,
cuando no me diriges la palabra
si te acompaño al entrenamiento;
apago la luz y dejo el libro
cuando oigo la puerta
y sé que regresas:
los pantalones por las rodillas
y un gorro rojo en tu cabeza,
sé que has vomitado
y tu ropa huele a marihuana.
La cuchara refleja
mi rostro invertido
y cuando miro al tuyo,
al otro extremo de la mesa
antes de que surja la pregunta
                                   (¿en qué me he equivocado?)
sé que la sopa está salada
con mis lágrimas
y sé que tú no sientes
la sal en tu sopa;
miro de nuevo al plato
y recuerdo tu carita
el día de tu nacimiento:
“pásame el pan”,
y me pregunto
en qué me he equivocado.
                                   Lenguajes humanos.
No voy a decirte
que te quiero
porque te sentirías herido,
pensarías que te
trato como a un niño,
no pensarías nunca
que en realidad
soy yo quien necesito
decirlo, decírtelo,
necesito que me lo escuches,
que sepas que te quiero,
pero vuelvo a la sal
de mi sopa,
al plato, a tu carita
de recién nacido,
a la sirena de la fábrica,
donde me refugio
pensando en ti,
en que estarás sentado
en tu pupitre en la escuela,
haciendo números o
durmiendo
los vapores de tus vigilias.
                                   Lenguajes humanos.
Mientras la cadena de producción
se renueva
me apena pensar
que nunca
sabrás cuánto te quiero.
No sé en qué
me he equivocado,
que no soy un ejemplo
me lo muestras claramente
cuando caminas en silencio
y tú te adelantas unos pasos,
no dices nada,
pero sé que te avergüenzas de mí,
que no quieres que te vean
conmigo
tus conocidos,
y yo me dejo retrasar,
pensando en tu primer día de colegio,
cuando te llevaba de la mano
con tu mochila
y tu cuadernos,
y que no querías separarte
de mi lado.
                                   Hoy sé que no es así
y lloro en silencio,
sí, lloro;
los hombres lloramos
sobre un plato de sopa,
en la fábrica
o en la cama vacía y fría
por las noches.
                                   Y me pregunto en qué
me equivoqué.
                                   Lenguajes humanos.