lunes, 8 de abril de 2013

El olor a fritanga inunda la calle: opualah! (7): Lipti-Lehniv



7.


            El olor a fritanga inunda la calle. La circulación es terrible. La gente sale a las aceras; se sientan, cocinan, beben, juegan a las cartas. Viven en la calle, sobre el asfalto recalentado. La noche no deja ver el cielo plomo y se extiende por sobre los farolillos de los puestos callejeros. Las bicicletas cargadas de fruta, de arroz, de pescado seco, de dulces. Andar por la calle principal de noche es como un sueño, una fiesta. Todo el mundo vive fuera, salen al calor de la noche, al frescor de la noche. La suciedad lo inunda todo. Cuando sea de día, esta suciedad será más suciedad, más vergonzosa. Los vendedores nocturnos gritan sus productos, ofrecen su mercancía. Los niños saltan entre las bolsas de plástico y beben té helado. Hay edificios en ruinas, quemados, como de civilización arrasada, apocalípticos. Edificios-fantasma donde parece no haber vivido nunca nadie, habitados por las ratas y por algún vagabundo. La vida se escapa por estos edificios, agujereando el cielo contaminado y se va lejos, se escapa, huye de estas calles sucias, de esta calle principal en noche cotidiana. Las mujeres llevan canastos de mangos y papayas sobre sus cabezas, sonríen, siempre sonríen. El aire huele a clavo, a orégano, a pimienta,… La noche les es propicia. Pero no lo saben. En el camino de vuelta, se dan la mano, pisando el asfalto sucio. Nunca quedan atrás los puestos nocturnos, porque se extienden a lo largo de toda la calle (y el olor a fritanga en la brisa caliente, y el clavo y la pimienta, y los gritos de los niños que persiguen una rata, y los regateos en el precio, y las sonrisas de los portadores de fruta). Parece mentira que las personas sean las mismas, que no cambien con los lugares, que no se transformen. La noche invita a salir a la calle, a vivir fuera, a alejarse caminando. El horizonte está lleno de farolillos, entre los faros de los coches y las bocinas. Algunas casas de bambú salpican la calle, entre edificios quemados. Y, a pesar de todo el ruido, del tumulto y la vorágine, todo está tranquilo. La noche está calma. La noche está silenciosa, aplacada, como si ya se la hubiese ofrecido tributo…


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