9.
Yo tenía una casa en Larantuka. Mi casa no era grande,
era pequeña. No tenía grandes balconadas ni cerraduras de oro, pero tenía
ventanas alegres y un jardincillo con flores. Por las tardes, nos sentábamos a
la puerta de la casa: los niños jugaban a las canicas, las mujeres contaban
historias, los hombres fumaban. Todos parecíamos estar esperando que ocurriera
algo. Si un extraño nos hubiera visto, diría que vivíamos tristes, pues nunca
ocurría nada. Pero no era cierto; sí que ocurría algo, ocurría a cada instante.
El simple hecho de estar juntos, de estar unidos, eso ocurría: y para nosotros
eso era el milagro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario