martes, 22 de septiembre de 2015

Una temporada para silbar, de Ivan Doig: Las apariencias engañan...




Descubrí este libro por casualidad; lo leí por casualidad.
No era un libro que destacara en la biblioteca de donde lo saqué. Parecía nuevo, como que nadie lo hubiera leído.
 
Desde las primeras páginas me acordé de una serie que había visto en mi infancia, "La casa de la pradera", pero su trama y sus personajes se me volvían más complejos.
En ningún momento la trama se me hizo ñoña, a pesar de que su narrador fuera un niño. La narración se desarrollaba paulatinamente, sin prisa, pero cada vez más tenía la impresión de que lo que iba ocurriendo estaba como en una corriente subterránea.
 
El giro final no me lo esperaba. Los dos últimos capítulos me hicieron volver a pensar en todo el libro y verlo de una forma distinta. Por eso el título de la entrada: las apariencias engañan... Y después de varios días, tras dejar reposar la lectura, miro los posos de esta narración y descubro en ellos pistas de mi propia vida, de cómo idealizamos y mitificamos nuestra propia infancia o nuestra familia, hasta que llega un momento en el que el velo se descorre y... no es que sean malos o buenos, sino que son humanos.
 
Y eso es esta novela: humana. El paso de un niño hacia la adolescencia, la pérdida de la inocencia (y, por ende, la imperiosa obligación de tomar partido, de implicarse, en la propia vida).
 
Y así, el barniz se deslava, y queda la verdad al descubierto: ningún paraje es idílico, ninguna infancia ni familia es "La casa de la pradera".