viernes, 5 de abril de 2013

Se ve el atardecer rojizo desde la ventanilla del autobús: opualah! (4): Lipti-Lehniv



4.


            Se ve el atardecer rojizo desde la ventanilla del autobús. El cielo plomizo y rojo, que recorta los tejados de zinc y de cartón, a lo lejos. Se queda envuelto el autobús en un gris ácido. Cierra los ojos, ¡cómo se difumina todo! Sentir el bombeo por las sienes, el aire en la cara, cabalgando por una llanura eterna, de gris plomo y cielo rojo. El sopor y la arena en los ojos hacen saber de la andadura (pum, pum, pum, golpea las sienes el corazón, temblor en las manos, boca seca). La sed se calma en este cielo recortado. Se beben estos tejados de chabolas a lo lejos. No veo. La boca seca como un pez fuera del agua. En el asiento de al lado, una anciana. Mira hacia delante, se pierde este espectáculo. El cielo arde y, al mirar, la anciana parece el atardecer y le salen pequeñas chabolas en los ojos y en su pelo blanco el cielo de zinc y después escupe flores hacia el cielo y sus gafas se deshacen en estrellas y de la luz del autobús comienzan a caer elefantitos violetas. ¡Qué delicia, qué inmersión en todo! Hacerse uno con el mundo, con el asiento, con el autobús, con la anciana, con la cabalgadura, con la pradera plomiza. Tras el cristal cambió el panorama y parece inundado de arcoiris. Continúa la sed, pero no importa. La cabeza apoyada en el cristal para sentir el frescor de este paraíso. La anciana canta sin palabras, tararea música. Las luces del autobús hacen daño en los ojos, los acuchillan una y otra vez y se siente un suave dolor en el corazón como que se fuera a deshacer como cera y barnizar todos los elefantitos morados ya la sed convertida en nudo rasga la garganta la anciana salta por encima del asiento y se eleva alto muy alto hacia el arcoiris por sobre los campos con los árboles cargados de frutas cuidado con no caerse del caballo a esta velocidad mientras se atraviesa el poblado de cartón y zinc y las luces del autobús siguen hiriendo los ojos y esquivo todas las farolas y atajo por los puentes para llegar antes y casi no se ve no se ve nada hasta la luz azulada del fondo de allá lejos de saber esto hubiera traído a la anciana en la grupa con sus gafas y todo mira la esfera cómo se eleva cómo se ensancha y abarca todo me traga cuando resbalan las lágrimas de mis ojos secos como mi garganta y entran los temblores el sudor frío ante la visión de este poblado recortado en el cielo pintado al óleo tan falso como mi caballo negro allá se queden todos y ser todo ya un vómito una terrible arcada ser sólo arcada y convulsión hacia delante y aferrar las manos al asiento como un grito la arcada y deshacerse en arcada la luz la luz los árboles marchitos el cielo plomo de la ciudad en un día sin fecha


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