Admiro
tu Belleza en los mil matices de verde de las hojas de los árboles, cuando las
da el sol de la tarde. Me quedo extasiado cuando cierro los ojos para percibir
todos los sonidos de la Vida
en Ti: el canto de los pájaros, la brisa, el ruido de los autos, el sonido del
aspersor,… Acuso en mi interior, uno a uno, goteando, los segundos de mi
tiempo, de mi vida, de mi existencia. Me demoro en el salto de un segundo a
otro, de un instante a otro, en ese vacío del tiempo que es sostenido por Ti.
Si Tú no sostuvieras cada segundo, cada parpadeo de mis ojos, cada aleteo, yo
no existiría, yo no estaría aquí, yo sería nada. Tú sostienes lo algo que yo
soy, y lo das consistencia en tu Persona. Recreas todos mis dones
continuamente, no te cansas de crearme a cada instante, de sostener por puro
amor mi existencia. El fuego de tus ojos incendia mis excusas, las palabras de
tu boca cimentan mis ilusiones, la caricia de tus manos empuja mis pasos. Queda
tu huella en mi vida, como poso profundo; queda este deseo de fundirme en Ti, como
motor y acicate de mi búsqueda y mis desvelos. Renuevame, Señor Jesús, recreame,
vive mil vidas, a través de mi vida y de la de los otros. Grábame tus
sentimientos, sóplame tus inspiraciones, piensa en mí tus proyectos, sueña en
mí tu Mundo Nuevo. Y, cuando se agote mi persona, cuando regrese al grado cero
de espacio y de tiempo, absorveme en tu corazón, fúndeme en tu Amor de nuevo:
hazme tuyo en Ti.
miércoles, 22 de mayo de 2013
martes, 21 de mayo de 2013
Le llamaban Juan de Hierro (16): Revisitar Sangrazul
Le
llamaban Juan de Hierro y nació en un río muerto, desecado. Vivió un tiempo en
el bosque, solitario, alimentándose de insectos y de raíces. Durante cincuenta
años no vio a otro ser humano, por lo que se creía solo en el mundo. Un día
aventuró un paseo más allá de los límites, o los humanos del pueblo aventuraron
un paseo más allá de los límites (no se sabe), y Juan de Hierro descubrió al
otro. El otro resultó ser un niño moreno y descalzo, al cual Juan de Hierro
cargaba sobre sus hombros, como si fuera un rey y él su trono, y mataba las
hormigas que mordisqueaban sus pies pequeños. Corrió Juan de Hierro con el niño
sobre sus hombros: corrió atravesando el bosque y atravesando el río, saltó
cercas y escaló montes, encaró fieras y espantó aves de rapiña. Juan de Hierro
arrancaba musgos y líquenes, para hacerle un colchón al niño, y entretejía hojas
secas para resguardarle del frío nocturno. Con sus propias manos, Juan de
Hierro estrujaba almendras que convertía en leche y arrancaba manzanas
silvestres y setas, y se lo presentaba al niño sobre un mantel de hierba. “No
volverás a ver a tu padre ni a tu madre”, decía Juan de Hierro al niño, “Pero
te guardaré a mi lado, pues me has devuelto la libertad”. Y el niño lloraba, al
acordarse de su casa; pero pronto reía de nuevo, descubriendo el bosque desde
los hombros de Juan de Hierro. Al cumplir los siete años, Juan de Hierro
encomendó al niño el cuidado de un riachuelo de oro. Así pasaba día tras día el
niño, contemplando los peces dorados y las aves transparentes que revoloteaban
sobre el agua.
Un
día, Juan de Hierro no regresó. Se hizo de noche y el niño seguía sentado a
orillas del riachuelo. El oro del agua resplandecía en la oscuridad, bajo la
atenta mirada de la luna. Pero al día siguiente, Juan de Hierro no regresó. Y
al otro tampoco. Al tercer día, al amanecer, el niño comenzó a llorar, viendo
que Juan de Hierro no regresaría jamás. Sus lágrimas caían al riachuelo y
formaban círculos. El niño se asomó a la superficie dorada y, sí, ahí estaba
Juan de Hierro, llorando. Y, cuando el niño sonrió, Juan de Hierro le devolvió
su sonrisa.
lunes, 20 de mayo de 2013
A veces las calles llenas de personas se me desvanecen (15): Revisitar Sangrazul
A
veces las calles llenas de personas se me desvanecen, dejando paso a amplias
praderas surcadas por caballos. Las aceras pulverizan su cemento a mi paso, y
camino sobre la tierra, mis pies desnudos. Cierro los ojos cuando me lleno los
pulmones con el aire fresco de la montaña. Sigo caminando solo, pero el entorno
me es distinto, me trae algo en el ambiente. Los edificios se vuelven vida
vegetal que extiende sus brazos hacia el cielo, se vuelven vida. Todo lo
artificial fluye, como un río, creciendo y desarrollándose, rebosante de
espíritu. También yo me siento vivo en esta vida. (Sé que no es así, que la
realidad es otra. Dime, ¿a quién hago daño en estos segundos de plenitud,
soñando en su presencia? Dime, ¿acaso debo rehusar estos paseos, estos
arrebatos del amor, estos raptos de un recuerdo venturoso?) (Permiteme soñar,
que no hiero a nadie; y, si acaso, a mí mismo. Unos minutos duran mis partidas,
pues después la realidad se me impone. En los momentos de dolor incontenible,
intento juntar todos los minutos, pero la cuenta no me sale. Por eso, ten
compasión, y déjame perderme en su presencia; sabiendo que la pena de amor ya
no se cura sino con su presencia ¿y su figura?) (Su figura… En tantos cuerpos
la he buscado que he perdido la cuenta, la misma cuenta que los minutos no
sumados. Y todo no son sino copas de ajenjo que apuro con avidez, con la avidez
del condenado a muerte, con la avidez del que todo lo perdió).
Mira
en los bolsillos de tu chaqueta: encontrarás una foto vieja con una dedicatoria
en el reverso. En el papel hay nieve dorada cayendo. Amanecerá oscuro el día
que encuentres esta dedicatoria, y por fin sabrás que amé hasta el dolor, hasta
la muerte. Su sola presencia en mi recuerdo me aniquilaba. Me consumía cada día
esperando la muerte para volver a sus brazos, para consumirme en su regazo,
para descansar.
sábado, 18 de mayo de 2013
Dejarse arrastrar por el corazón herido (14): Revisitar Sangrazul
El cielo está rojo, como mi cuello:
sangrando. Se abre el horizonte con estrellas invisibles, se ensancha, se
alarga, se hunde. El cielo nocturno agujereado se sangra en destellos afilados
que bañan las ramas desnudas. El tren, a lo lejos. Camino al cementerio, la
noche parece más fría de lo que es. También parece más acogedora (a pesar de
más fría). Suenan a lo lejos las voces, en la casa, contando historias,
cantando. Vuelve el recuerdo de lo eterno en cada paso. Sentirse vivo,
respirar, desgranar uno a uno los latidos, llenarse los pulmones de bocanadas
de aire frío: permitirse que el tiempo pase y te haga muescas en el alma.
Dejarse arrastrar por el corazón herido, que tira del cuerpo y lo mueve, como
un pájaro enjaulado que revolotea buscando la salida. Cerrar los ojos y verse
recogido en la noche, desplegado, repartido, dispersado, consumido, consumado.
Abrir los brazos e inmediatamente alzar el vuelo, o ser crucificado, o recibir otro
cuerpo en un abrazo. Sentirse vivo, sentirse libre, sentirse uno, sentirse
nada.
jueves, 16 de mayo de 2013
El cielo está rojo, como mi cuello: sangrando (13): Revisitar Sangrazul
El cielo está rojo, como mi cuello:
sangrando.
Nieve, púrpura, luna, piedra,
ciervo, arroyo, selva, desierto,
oasis, origen, olvido, oscuridad,
caballo, cabeza, claridad, clamor,
pueblo, popular, población, público,
arte, Marte, parte, darte,
rojo, negro, blanco, azul,
siempre, nunca, todavía, aún,
desde, hacia, tras, por,
soplo, álito, brisa,
viento,
águila, ánfora, ácido, ánimo,
contemplar, escuchar, aprehender, conocer,
siempre tú mismo serás tan sólo tú.
martes, 14 de mayo de 2013
Me hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías (12): Revisitar Sangrazul
Me
hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías. Me hubiera gustado
sostenerte cuando entregaste tu alma. Estar ahí para ti, que sintieras mi
presencia, que sintieras que te quería. Me hubiera gustado verte cerrar los
ojos. Sostenerte así, como recién nacido, recién entrado a la eternidad. Poder
sentir tu aliento que se extinguía, el calor de tu cuerpo que se apagaba, tus
recuerdos que se alejaban y se expandían. Te hubiera devuelto a la tierra, como
un fruto maduro, como una semilla, la semilla de tu cuerpo. Sostenerte para que
no sintieras miedo en el viaje, para que supieras que estaba aquí, contigo.
Susurrarte al oído palabras de ánimo que no necesitabas, pero que yo necesitaba
pronunciar. Llorar sobre tu cuerpo moribundo que no necesitaba mis lágrimas,
pero que yo necesitaba humedecer con mi tristeza y mi dolor. Era yo el que
necesitaba las palabras, las lágrimas. Saber en mi corazón que me mataste
contigo, o al menos una parte de mi ser. Necesitaba verte morir, que no me lo
contaran, que no me lo ocultaran: estar ahí, presente. Ver la Muerte cara a cara de
nuevo, después de rondarme a mí, esta vez en un ser amado. Plantarle cara a la
Dama Negra para reírme de su supuesta
crueldad y decirle que no podía nada contra mis sentimientos, que Ella me
convertía en un sagrario inviolable de tu amor y tu recuerdo, en una tierra
sagrada. Descalzarme ante tu partida. Dejarte reposar, fruto maduro. Contemplar
el amanecer entre mis lágrimas y dejar que el sol me secara la cara. Respirar
hondo, una dos tres veces. Recoger tus cosas, y explicarle que ya no volverías.
Donar tu ropa, quemar tus cuadernos, conservar tus cartas. Permitir salir al
dolor, convertirse en las paredes de este santuario de tu amor. Olvidarme del
mundo, desterrarme de mí mismo, aniquilarme. Cumplir y colmar una a una las
leyes de la aniquilación.
Así
fue como me sucediste, así fue como te me moriste por dentro, ave fénix, para
resucitárteme en mi andar, en mi sonrisa y en mi forma de escribir la letra
“a”.
domingo, 12 de mayo de 2013
Imposible sentir (11): Revisitar Sangrazul
Me
despierto con el ruido del tráfico: cinco de la mañana. Cuarenta años, pero,
cuando despierto en la oscuridad, tengo que recordarme la edad: me despierto
asustado, tembloroso. Mis despertares no son los de hace treinta años. Mis
sueños, tampoco. Con la edad he aprendido a llorar por dentro, a quejarme poco,
a sonreír como máscara ante la adversidad. Miro la ciudad: cinco millones de
almas. Y en las azoteas veo las alas de los ángeles, velando. Sonrío y saludo a
uno con la mano. Sonríe y alza el vuelo; se pierde en el cielo salpicado de
estrellas. Apoyo la frente en el cristal frío y éste se empaña con mi
respiración. Acaso te lleve esta noche el río mis promesas, mis palabras, mis
saludos. El tiempo no pasa en vano. Tengo tus ojos en mis entrañas dibujados.
Mírame, perdido en la noche, observando la ciudad que duerme. Las farolas
dibujan a un joven con un ramo de flores; camina presuroso; tira el ramo de
flores a una papelera; da la vuelta y deshace lo caminado. Aparece detrás de él
un ángel (o quizás sea un recuerdo). Las flores rojas en la basura me recuerdan
tus labios, tus heridas,… Mírame, desde que te perdí, desde que te fuiste,
desde que me abandoné, … (¿vincit fortuna?). Y en mi alma aparece un
sentimiento, memento mori, que lo cubre todo como una fina membrana, como una
capa de nieve, como un manto protector. Imposible sentir ya el frío de la
noche, pero tampoco el calor. Imposible sentir hambre ni sed, pero tampoco la
saciedad. Imposible sentir tristeza, pero tampoco alegría. Imposible sentir ya.
Imposible sentir. Mi corazón está en un cofre, quiero pensar que no es una urna
mortuoria, quiero pensar que está adormilado, esperando el momento (¿qué
momento?), esperando alguna señal, algún gesto, alguna estrella fugaz o un ramo
de flores despreciado. Vuelve el ángel a su posición de vigía nocturno y sé que
puedo volver a la cama, y dormir sin pesadillas, sin despertarme sobresaltado.
Vuelvo a la cama pensando en tu presencia y el ángel, desde la mesilla de
noche, me alarga un frasco de somníferos. Hoy dos serán suficientes, después de
vislumbrar tu rostro. Y, al tomar las pastillas, el agua me sabe a agua. Y, al
dormir, el sueño me sabe a sueño.
sábado, 11 de mayo de 2013
Cita a ciegas(10): Revisitar Sangrazul
Llegaba
un poco tarde, cita a ciegas, y estaba ansioso por ver tu rostro. Habíamos
hablado tantas veces, aún sin vernos… Desde la pantalla luminosa escribía mis
frases más ocurrentes, atacando tu ironía (eso fue al principio, los primeros
meses). Desgranaba mi rosario de lecturas clásicas, encadenando los místicos
del XVI con Marguerite Duras, pasando por Lorca y Quevedo, mientras tú me
respondías (Lolita engreída) con Nabokov y Tagore, y te abismabas en Salinas o
en Edith Stein. Así se deslizaban las noches, después de un día gris en la
oficina, en un mundo más allá que nos superaba, a la vez que nos envolvía y nos
engullía en él. Aquella ventana al infinito adquiría contornos de letras, de
poemas en letras rojas, de imágenes grabadas, con banda sonora de la década
anterior (ya derrochados los treinta…). En todo esto pensaba, mientras me
arreglaba la corbata, bajo el reloj de la estación de buses, cita a ciegas, y
estaba ansioso por ver tu rostro. La clave era un libro de Cervantes
(cualquiera de ellos), y yo llevaba un Persiles con su Segismundo y toda su
corte, en una caja amarilla llena de páginas (eso que llaman “libro”) y lo
llevaba así: brazos flexionados, a la altura del pecho, portada hacia el
exterior (para que se viera), y un dedo perdido entre sus hojas. El reloj de la
estación me observaba para ver en qué paraba todo aquello, y yo mientras, de
reojo, no perdía de vista sus manecillas. Ví avanzar a alguien lentamente
(“¡ahí está!”, me dije). Pero no: su libro era de Neruda. La sonrisa fue lo
primero que ví en ella, y después sus largas piernas (“¡ella es!”, me grité).
Pero no: Emily Brönte y sus tormentas. Los ojos azabaches me cautivaron (“no
hay duda”, me dije), pero era discípula acérrima de Joyce. La brisa se volvió
helada, y supe que era el momento. Entonces te ví pero ¡Virginia Wolf!, ¿y
Cervantes? Llevabas un ajado ejemplar de la loba virgen, y quitando la portada,
dejaste un cervantino al descubierto. Fue en ese instante que me percaté del
hecho de tu barba y bigote. “Nadie es perfecto”, me dijiste. Y, hablando de la
focalización del narrador en la
Wolf , nos tomamos varias cervezas, mientras el reloj ya se
reía a carcajadas.
jueves, 9 de mayo de 2013
Un martes de verano, en el Madrid de 1959 (9): Revisitar Sangrazul
Te
has levantado hace media hora, y estás calzándote una sandalia azul.
La
ciudad a tus espaldas es ajena a tu corpiño, a tus pechos blancos, a tu mano
descansando en la rodilla levantada. Todo está inmóvil tras de ti. Hasta el
cielo parece haberse detenido. Se recortan los edificios grisáceos más allá de
tu balcón, madrugadora, y el humo lejano de las fábricas es del color del cielo
de la mañana. El tazón de leche, blanco, compite con tu pie ensandaliado, mudo
y absorto en este romper del martes. La chaqueta de punto se ha caído de la
silla, para avisarte que aún tienes tiempo, que aún no son las siete, que no llegarás
tarde, madrugadora. Se va desperezando el hormiguero de las calles, allá abajo,
allá lejos, detrás de ti. Va creciendo el fragor del tráfico, las olas, ondas,
ondinas, sirenas, sonoras, sonorosas. Mas esta eternidad se me es dada, ángel
de luz, bajo tus pestañas adormecidas. Te meces en la brisa fresca de la mañana
del martes, ajena, ausente, mientras tu mano inmaculada alcanza el tazón blanco
de leche grisácea. Así te me quedas en el alma, estática, inmóvil: una perfecta
fotografía viviente. Y tus contornos empiezan a difuminarse en el paisaje
urbano: los edificios, el humo, la gente, las calles,… Se despereza la
chaqueta, madrugadora, pronta a que la llenes con tu luz. Tus pies se mueven
con pereza dentro de las sandalias, peces encerrados en el agua. Antes de
sangrar el tazón, madrugadora, te llega el llanto de un niño. Rompes la
acuarela matutina, dejas tras de ti todo el paisaje, abandonas el balcón y el
martes recién estrenado, y sales de mis pupilas para regresar, minutos después,
con un tierno y cálido bulto entre tus brazos. Cantas ahora, madrugadora,
dándome la espalda, y contemplando con tu criatura, la jungla y el hormiguero
donde habitas. Cierras los ojos un instante y te sientes volar sobre las
calles, hasta perderte en el horizonte mordisqueado de cemento. Recién estrenas
el día, madrugadora: un martes de verano, en el Madrid de 1959.
miércoles, 8 de mayo de 2013
Cuando estaba hundido en el lodo, sabía dónde estaba (8): Revisitar Sangrazul
Cuando
estaba hundido en el lodo, sabía dónde estaba. Ahora que estoy de pie, no sé
dónde estoy.
¿Por
qué así se suceden, a borbotones, a dentelladas, los crueles asaltos del
enemigo? ¿Y qué peor enemigo que yo mismo, que no confío, que no me suelto, que
no me abandono?
Esto
de volar cerca del sol… no es lo mío. Y, antes de que se me derritan las alas,
voy a pisar el seco pasto, caminar por los caminos polvorientos: ¿adónde voy
yo, metido en estas cruzadas? Ya quise olvidarme del sol, cuando su luz me
cegaba, ya quise tapar la luna con un dedo y borrar de mi noche las estrellas.
Pero todo ahí permanecía: no era menos real por evitarlos. Mas, sin embargo,
qué iluminado me sentía, qué henchido de vida y de esperanza, qué fuerte en mis
alas y en mi vuelo…
Ahora
retorna al lodo, lodo mío, para saber dónde estás y qué persigues, para conocerte
de noche y de día, para recordarte entretejido en las entrañas de la tierra.
Date cuenta, gusanillo mío, luciérnaga, que la vida es una sola y tan corta que
se pasan volando los días y cuando parpadeas ya pasaron siete años y no
recuerdas lo de ayer mas aún así qué densidad la de la vida qué alegría y
belleza el estar vivo el vivificarse todos los días el saberse existente el
descubrir todo recién parido cada mañana recién recogido cada noche el sentir
el calor y el frío sentir la curiosidad y el hambre sentir el sol y los dolores
de parto el sudor del trabajo y respirar eso en definitiva sentirse vivo y no
dejarse aplastar ante la duda.
martes, 7 de mayo de 2013
Mordazas (7): Revisitar Sangrazul
Hay
mordazas de tela, mordazas de cuero, mordazas de madera, mordazas de metal.
Hay
mordazas de tela fina, casi gasa; mordazas de tela basta, como de saco, que
llevan tierra y sudor; mordazas de tela en jirones, arrancados de prendas de
vestir o de ropa de cama; mordazas de tela mojada, empapada de lágrimas y de
saliva; mordazas de tela con tela, que no dejan respirar.
Hay
mordazas de cuero basto, con olor a animal acorralado, a cacería; mordazas de
cuero negro, para el dolor o para el placer; mordazas de cuero húmedo, para
ajustarse cuando se secan; mordazas de tacto rasposo, que cubren toda la boca y
parte del mentón.
Hay
mordazas de madera, aunque no se ven frecuentemente; pero no por ello dejan de
ser menos mordazas y de cumplir su misión.
Hay
mordazas de metal frío, que se ajustan como un candado; mordazas de metal caliente,
que silencian y queman el rostro; mordazas de metal afilado, cuyos clavos se
hunden en el rostro; mordazas de metal herrumbroso, utilizadas para amordazar a
muchos.
Y
junto a estas mordazas hay otras.
Mordazas
de olvido: no saber fecha ni hora, no recordar nombres ni rostros, no conocer
lugares; no saberse, no recordarse, no conocerse.
Mordazas
de silencio: anular la vida para no ver la verdad, sepultar lo vivo tras una
pared o bajo una lápida, callar los gritos para pensar que nunca existieron;
anularse, sepultarse, callarse.
Mordazas
de muerte: cegar los ojos para no ver, cerrar la boca para no hablar, encadenar
las manos para no tocar, tapar las orejas para no oír, detener los pies para no
caminar; cegarse, cerrarse, encadenarse, taparse, detenerse.
Mordazas
de dentro, mordazas de fuera. Mordazas desde dentro, mordazas desde fuera.
Elegir
la mordaza, para pasar toda la vida intentando arrancársela.
lunes, 6 de mayo de 2013
¿Dónde están las llaves?(6): Revisitar Sangrazul
¿Dónde
están las llaves?
La lluvia, tras los
cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten? Oigo olas a lo lejos pero no las veo.
Arden orillas de ríos,
repletas de árboles. Golpea la lluvia los cristales; desde la cama, la tarde.
Hospital de moribundos, planta de cardiología (¡qué ironías de la vida!).
Calcularon mal la hora:
llega un ataúd rodante. Sigue la lluvia llorando, se va llevando la tarde. Giro
de un lado, giro de otro: el pasillo, los cristales. Cierro los ojos y veo la
lluvia en nieve; mi madre acaba de abrirme la puerta, detrás está mi padre.
Vuelve la lluvia mansa a mis oídos. Su susurro se mezcla con las olas, a lo
lejos.
La luz se retira, acaba la
hora de visitas.
Un anciano, a mi lado,
sigue un partido de fútbol en el televisor. Se recorta la máscara griega bajo
los rayos de esta luna de cristal; lluvia de fondo. La lluvia me moja en mis
propios fluidos de cuerpo enfermo: sudor, saliva, lágrimas, semen, sangre. El
ritmo líquido que moja el asfalto sin empaparlo; el mismo que empapa los
jardines, los árboles, los tiestos del balcón de enfrente. Los rayos de cristal
casi lo devoran todo. La lluvia ahora no se ve: se siente.
¿Dónde están las llaves?
La lluvia, tras los
cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten?
Cierro los ojos y todo
desaparece. El anciano respira apenas, hipnotizado por la luna. Es un licántropo.
Suspiro una vez; suspiro
dos; suspiro tres. Tomo impulso para cerrar los ojos. ¿Cuál es la letra que
cierra los ojos, cuál el sonido? Ya no estoy aquí, ya soy nadie.
domingo, 5 de mayo de 2013
La Dama del Lago me obligó a venir de nuevo (5): Revisitar Sangrazul
Ya
no reconozco a nadie (ni siquiera me conozco a mí mismo), y esto hace que esté
más perdido que nunca. Vivía feliz (o casi) en un sueño que ya duraba varios
años: todo el tiempo eran noches o días, o mejor dicho ni noches ni días, sino
sólo tiempo, estar, permanecer. En uno de los sueños de estos días-noches es
cuando percibí su perfume (el perfume de la Dama del Lago). Sin saber que era ella, pregunté
a mi cabeza, pero no hubo respuesta. Pasé entonces a preguntar a mi corazón,
pero nada. Mis entrañas estaban ardiendo, y a ellas les pregunté. Pero no
contestaron palabras y se limitaron a arder. Consumiéndome estaba cuando volví
a percibir el perfume. Y un veneno se coló en mi copa de tal forma que morí
entonces, que muero ahora, que desde entonces muero. No pienso (no me lo
permito) que la luna llena podría haber obrado el milagro. O que los árboles
florecidos podrían habernos entregado su secreto. O que todas las otras mujeres
podrían haber consultado las entrañas del cordero sacrificado. O que lo lobos
podrían haber corrido más rápido para llegar a tiempo (más que el viento). Todo
eso ya no me lo permito. Pero invariablemente me retiene la Dama del Lago.
Estoy
en lenta agonía, consumiéndome sin consumirme, pecaminosa zarza ardiente,
herida incurable y siempre abierta, piel de serpiente que no logro despegarme.
sábado, 4 de mayo de 2013
Voy al desierto a recoger raíces (4): Revisitar Sangrazul
Voy
al desierto a recoger raíces, recoger piedras, recoger huesos rotos. Caminaré
sin calzado, pisando la arena caliente y las zarzas. Cuando recoja lo
suficiente, buscaré una cueva donde refugiarme. Allá juntaré los huesos secos,
uno a uno; haré un altar con las piedras; masticaré las raíces. Después soplaré
sobre el armazón de huesos, desharé el altar y colocaré las piedras (en la
cabeza, en el corazón, en el vientre); escupiré las raíces (en las manos, en
los pies). Encenderé un pequeño fuego mirando al sur, y esperaré que salga la
luna llena; entonces soplaré el fuego hasta tener brasas, y las colocaré en el
armazón seco (en los ojos, en la boca, en los oídos). Una vez cumplido todo, me
desnudaré y quemaré mis ropas en el fuego, y después danzaré alrededor del
armazón, bajo la luna, en la cueva, con el fuego.
Fuiste
recogido en el desierto eres fruto de la arena mil huesos conforman tu cuerpo
te rompiste una vez te rompiste cien veces te reconstruí una vez te
reconstruiré cien veces tienes piedras en tu cabeza en tu corazón en tu vientre
piedras de la tierra que te vuelven a la tierra que te vuelven al desierto y te
recuerdan tu origen tienes raíces que te dicen quién eres de dónde vienes y
adónde vas tus manos tus pies tienen raíces y con ellas te clavas a tu tierra y
ellas abres cuando vuelves a tu tierra tienes fuego en tus ojos en tu boca en
tus oídos quema y déjate quemar cuida tu fuego que no se apague alimenta el
calor de tu fuego pero que no te consuma domina siempre tus llamas y da calor
recuerda que vienes de la noche de la luz de la luna de una hoguera hacia el
sur de una cueva agradece siempre a la raíz a la piedra a los huesos rotos
nunca olvides cada noche de devolver a la tierra su tierra de devolverte a la
tierra y dejarte de derramarte en la tierra y vuelve a ser raíz piedra hueso
saliva fuego desnudez noche zarza arena y vuelve siempre al desierto cada día y
cada noche.
jueves, 2 de mayo de 2013
Tuve que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti (3): Revisitar Sangrazul
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Sabía
que eras peligrosa, que no podía amarte demasiado, que me robarías todo, y
terminarías con mi vida. Lo sabía, ¿de qué me sirvió? Te veías tan hermosa en
otoño, caminando por la alameda y tapándote con la bufanda. Iluminabas todo a
tu paso, irradiabas una luz dorada. Muchos me advirtieron, ¿de qué sirvió?
Cuando la luz iba muriendo, no tenía miedo, porque estabas a mi lado. No
temblaba. Y por un momento pensé que eso sería eterno, que no habría fin, ni
extinción. Pero la felicidad dura un parpadeo, y no me dí cuenta hasta que
pasó. Te veías tan linda…
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Entonces
fue cuando me encontré en lo oscuro, me reconocía a mí mismo entre las sombras,
me tuve miedo. Mas ya era demasiado tarde, tú habías partido. Te habías llevado
todo: te me había llevado. Pisaba las hojas secas en la alameda, los ojos
secos; llevaba tu bufanda enredada en mis manos, en mi alma; la luz ya era
gris, tal como sería a partir de entonces. Me sentaba en los bancos, viendo
pasar el tiempo, viendo la caída de las horas, la muerte de todo sueño, y a mi
alrededor todo tenía una extraña incandescencia, como de otro mundo. Salía el
frío de la noche: no lo sentía. Los perros vagabundos me ladraban para
despertarme.
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Quiero
creer que fue así como sucedió: sabiendo que eras peligrosa y encontrándome en
lo oscuro, llegué hasta aquí. Mírame ahora, gris, otoñal, vacío, inerte,
muerto, con una placa a mis pies que dice quién fui. En mi memoria sigues
caminando por la alameda, aterida de frío, tapándote con la bufanda. De vez en
cuando me miras, al pasar; a veces percibes que existo; incluso a veces, muy
pocas, piensas que estoy vivo y que te miro desde este pedestal inmóvil, desde
este corazón detenido.
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
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