martes, 2 de abril de 2013

Siempre me pasa al principio: opualah! (1): Lipti-Lehniv



1.


Siempre me pasa al principio. Me quedo paralizado, no sé por dónde comenzar. Cuando veo el papel así, blanco, sin mancha, como un desierto sin una huella humana o una cumbre nevada inexpugnable. Intento decirlo todo a la vez, y no puedo. No sé medirme. No sé ir expresando gradualmente las cosas. Y después, lo peor de todo, llega el cansancio, la inconstancia, la crisis de sentido. Es entonces cuando dejo estas siete líneas emborronadas en el papel, y no vuelvo a reanudar el trabajo más. Lo abandono. Simplemente así, lo dejo. Nada me asegura que esta vez será distinto; es más, ya he sentido la tentación de dejar de escribir varias veces, en estos últimos minutos. Pero escribiendo se aprende a escribir (eso les decía a mis alumnos). Y dejé de escribir hace tiempo, como para no ser condescendiente conmigo mismo y darme un margen de readaptación. Pensé que nunca más volvería a escribir. Sí, lo pensé realmente. Todo a causa de un hombre que fumaba cigarrillos. Todavía ahora puedo oler el tabaco, si cierro los ojos y me concentro un poco. Mi olfato se abre camino entre todos los olores, desbroza todos los recuerdos, para buscar ese olor inconfundible de tabaco.


No hay comentarios:

Publicar un comentario