La lluvia fluye sobre la ciudad, ajena al
dolor, ajena al llanto. En su inocente estupidez, fecunda el asfalto estéril,
repasándolo, lamiéndolo de parte a parte, buscando una grieta tan sólo, una
ranura, por donde volverse vegetal, volverse vida. Caen cortinas densas de
agua, lavando el gris urbano, el neón intermitente, el cemento compacto. Antes
estuvo deambulando perdida, la lluvia, buscando a quién regalar su potencia
fecunda, su vida, y no encontró peor elección que esta ciudad enfadada. No
encontró peor partido para su casamiento. Finura transparente hecha cabello de
ángel, maravilla líquida por ser maravilla porcelana. Apenas firma el sol una
tregua, y en un momento retoma lo suyo, y en el siguiente lo pierde. Colorea
con sus lazos lo vivo y lo trenza a la existencia; y a lo existente lo fija en
un telar efímero; y a lo efímero lo calienta con la ilusión de perenne. El
paseo inocente se extiende durante la tregua, justo hasta el instante de salir
la dama. Y, saliendo la dama, poco a poco se vuelven de coral los vivos. Sigue
la inocencia boba de la lluvia paseando por la ciudad en declive. Al filo de
las luces ciegas, de cada pareja, uno es arrebatado y el otro permanece, uno
cae en lo oscuro y el otro es enaltecido al esplendor, uno se percata de los
que viene y el otro disfruta de su ignorancia. Va cerrándose así la lluvia: un
círculo vivo que rodea el asfalto. Al día siguiente volverán a escucharse las
sirenas, desde lo alto de las rocas de los rascacielos, atrayendo a los
incautos navegantes a las costas más peligrosas, anclándoles con garfios en su
propio engranaje, sorbiendo la insípida médula de sus huesos. Almas de sed y
cuerpos de hambre. Y mientras algunas frentes son partidas por el metal, del
fondo de otras nacen largas azucenas.
martes, 30 de abril de 2013
lunes, 29 de abril de 2013
Desde la calle se ve el interior del bar (1): Revisitar Sangrazul
Desde
la calle se ve el interior del bar: la barra llena de figuras que semejan
maniquíes (sentadas, recostadas, bebiendo, entre humo). Se reflejan en mi vaso
las personas de la calle: es mi tercer ojo, la llave que me abre el entendimiento.
Los hielos se van derritiendo, como el humo de tu cigarro que se deshace en el
silencio y así, humo silencio soledad, podrían cortarse con una navaja. Lo que
más me gusta de mis ojos es verte reflejada en mis pupilas (¡qué estupidez!, me
dices, a mí lo que más me gusta es que me sirvan de espejo). Y así vuelvo al
vaso. Las figuras siguen moviéndose en su interior y se pasean sobre los
hielos, sin caer nunca al alcohol caramelo. Apenas sonrío decepcionado: lloro,
lloras, yo de cansancio, tú de ¿alegría? Parece ser que alguien espera en la
puerta. La suavidad de los hielos se resbala por los recuerdos, sus esquinas
redondeadas, sus formas suaves, como los dolores silenciosos, las lágrimas en
calles desconocidas, la confianza en los extraños, la dirección equivocada, las
aceras despejadas y el cielo extraviado. Aparecen luces en los hielos, resbalan
y se van. Alguien espera en la puerta y se impacienta. La esponja de mi corazón
absorbe el hielo; la esponja de mi corazón absorbe tu hielo; la esponja de tu
corazón absorbe mi hielo; nuestros corazones son hielos que se derriten,
témpanos. La barra del bar se acorta y todos los dolores parecen más cercanos.
Cuando llegue el último trago, me tragaré los hielos. Todos. Ya no habrá
alcohol caramelo que los acune, que los redondee y dome sus aristas. Ya no
habrá más nada. Mi hígado me anuncia la despedida y me aguijonea la hora
precisa. Si una figura sale, otra entra, porque los maniquíes somos
intercambiables. Decidido a atravesar el espejo, y a enfrentarme a la persona
que espera, no sé si liarme con ella a besos o a navajazos. Cae octubre, como
mi alma, y me concentro en respirar, en permanecer vivo, eso es suficiente por
ahora. Eso me basta. Eso me sobra.
domingo, 28 de abril de 2013
Lenguajes humanos: faltan de pasar (6): Lipti-Lehniv
Veo mi cara
reflejada
en la
cuchara:
la sopa me
sabe salada;
a veces
recuerdo tu rostro,
cuando estoy
en la fábrica,
el día de tu
nacimiento.
Lenguajes
humanos.
Cuando te
veo llegar
pasadas las
tres de la mañana,
sé que has
vomitado,
que has
fumado marihuana,
me pregunto
en qué me equivoqué.
Lenguajes
humanos.
Me dicen en
tu colegio
que no
llegarás lejos,
que te
afectó mucho la ausencia
de tu madre;
yo no puedo
pensar en ti
todo lo que
quiero,
porque me
absorbe la fábrica
y tengo que
estar atento a las medidas
del
producto,
pero muchas
veces,
como un
relámpago,
tu rostro se
me aparece
entre los ingredientes
y la cadena
de producción se detiene
por unos
segundos.
Lenguajes
humanos.
Y me
pregunto
en qué me
equivoqué.
Sé que no
soy ejemplar,
me lo
demuestras cuando te ausentas
viendo la
televisión a mi lado,
cuando no me
diriges la palabra
si te
acompaño al entrenamiento;
apago la luz
y dejo el libro
cuando oigo
la puerta
y sé que
regresas:
los
pantalones por las rodillas
y un gorro
rojo en tu cabeza,
sé que has
vomitado
y tu ropa
huele a marihuana.
La cuchara
refleja
mi rostro
invertido
y cuando
miro al tuyo,
al otro
extremo de la mesa
antes de que
surja la pregunta
(¿en qué me
he equivocado?)
sé que la
sopa está salada
con mis
lágrimas
y sé que tú
no sientes
la sal en tu
sopa;
miro de
nuevo al plato
y recuerdo
tu carita
el día de tu
nacimiento:
“pásame el
pan”,
y me
pregunto
en qué me he
equivocado.
Lenguajes
humanos.
No voy a
decirte
que te
quiero
porque te
sentirías herido,
pensarías
que te
trato como a
un niño,
no pensarías
nunca
que en
realidad
soy yo quien
necesito
decirlo,
decírtelo,
necesito que
me lo escuches,
que sepas
que te quiero,
pero vuelvo
a la sal
de mi sopa,
al plato, a
tu carita
de recién
nacido,
a la sirena
de la fábrica,
donde me
refugio
pensando en
ti,
en que
estarás sentado
en tu
pupitre en la escuela,
haciendo
números o
durmiendo
los vapores
de tus vigilias.
Lenguajes
humanos.
Mientras la
cadena de producción
se renueva
me apena
pensar
que nunca
sabrás
cuánto te quiero.
No sé en qué
me he
equivocado,
que no soy
un ejemplo
me lo
muestras claramente
cuando
caminas en silencio
y tú te
adelantas unos pasos,
no dices
nada,
pero sé que
te avergüenzas de mí,
que no
quieres que te vean
conmigo
tus
conocidos,
y yo me dejo
retrasar,
pensando en
tu primer día de colegio,
cuando te
llevaba de la mano
con tu
mochila
y tu
cuadernos,
y que no
querías separarte
de mi lado.
Hoy sé que no
es así
y lloro en
silencio,
sí, lloro;
los hombres
lloramos
sobre un
plato de sopa,
en la
fábrica
o en la cama
vacía y fría
por las
noches.
Y me pregunto
en qué
me
equivoqué.
Lenguajes
humanos.
sábado, 27 de abril de 2013
EL INVIERNO Y LA NIEVE: faltan de pasar (5): Lipti-Lehniv
5. EL
INVIERNO Y LA NIEVE.
Las nevadas
nocturnas, el resplandor del día, la ceguera deslumbrante de lo blanco. La
fuente de piedra, helada en medio de la plaza. Las chimeneas. Las castañas
asadas en la calefacción, las historias de fantasmas. El sopor blanco del frío,
las sábanas heladas; la bufanda y los guantes en la nieve. Las calles encharcadas.
El pan recién hecho y aún caliente. Los soportales de la plaza, la gente. El
frío en los pulmones, la nariz helada. Las orejas rojas y ausentes. El
campanario de la iglesia y las cigüeñas. Las nubes infinitas, las nevadas. Los
enjambres de abejas blancas, la cara al cielo, la boca abierta, los sorbos de
nieve y las miradas a lo blanco. Los pies húmedos, los calcetines de lana
gruesa, los gorros de dormir. La taza de leche con miel. Los metros de nieve,
los días iguales, la semana. La noche temprana, el día corto. Las caricias
maternales, el sopor. Nieva en mi pueblo, es invierno. El tiempo se detiene,
nada pasa.
jueves, 25 de abril de 2013
LA MIRADA DEL PERRO: faltan de pasar (4): Lipti-Lehniv
4. LA MIRADA DEL PERRO.
Suele ser
lastimera, mas profunda,
a veces
temerosa, indecisa,
pero siempre
cargada de humedades,
de lágrimas
reprimidas, de sueños de desvaríos.
Siempre al
borde de las lágrimas;
sus ojos
temerarios, al suicidio; su boca
inexpresiva;
su pelo negro, negro. Sin palabras.
Llanto
silencioso y contenido, llanto para dentro.
Lágrimas
para dentro de caminos campesinos
y trigales,
de casas
solariegas cubiertas de musgo
y telarañas,
de
campanarios derrumbados con cigüeñas
y
golondrinas,
de viejas
figuras enlutadas por callejuelas
y fuente.
Esponja que
absorbe la realidad a su paso,
la porosa
realidad que se aprehende,
magdalena de
Proust encarnada en vida perra:
la mirada
del perro.
Así se
extiende esta mirada como un manto,
un manto
parduzco de atardecer de meseta castellana.
martes, 23 de abril de 2013
TARDE DE LATINES: faltan de pasar (3): Lipti-Lehniv
3. TARDE DE
LATINES.
Y se casaron
y fueron felices
(como en los
cuentos)
y nunca
supieron más
del sitio de
donde salieron.
Cuando el
cansancio de la noche
comienza a
devorarme
lentamente,
me siento en
el peldaño de la puerta.
Veo pasar a
la gente,
deprisa,
veo el
tráfico y me mareo.
Enfrente
está la casa del campesino,
llena de
sombras y de recuerdos:
el hombre de
oscuro pasado,
los pájaros
que hablan y escupen,
la música de
piano que se oye,
las luces
extrañas y el olor a naranjas.
Se me va
cansando el entendimiento.
Mira,
en esa
ventana veo un rostro:
una joven
sobre sus libros,
estudiando.
Veo las cortinas
y las cartas
abiertas sobre la cama,
los sobres
desgarrados,
las fechas,
los finales y los adioses
(todos
iguales). Palabras en latín.
Veo unos
ojos cerrados
por el aburrimiento,
una respiración
entrecortada
(dormida).
Me devuelvo
a mí mismo,
salgo del
libro y los cuadernos
caen, salto
desde la ventana
y me vuelvo
a mi sitio.
Cae la
tarde, caigo yo,
todo cae en
mi recuerdo,
y ahora sí,
y ahora no,
no me decido
a dar el salto.
El tiempo
vuelve a su sitio.
Voy a
esperar
a que el
tiempo vuelva a su sitio.
sábado, 20 de abril de 2013
LA SILLA DE PIEDRA: faltan de pasar (2): Lipti-Lehniv
2. LA SILLA DE PIEDRA.
Minúsculas,
brillantes, fugaces,
resplandecen
en la silla de piedra,
al lado de
los trigales, junto al río.
Lo gris se
recubre de vegetal,
Blanco al
sol, negruzco, multicolor.
El pesado
respaldo y,
en su más
profundo centro,
la espalda
que encierra el animal herido;
asiento de
piedra, trono,
inmóvil en
el paisaje del recuerdo,
eterno en la
memoria, en el olvido,
eterno.
Pasarán
los días y
los meses, los años
pasarán; las
generaciones,
los hijos,
los padres, los abuelos,
los amores,
los frutos, las fuentes, pasarán
los buenos
tiempos y los malos,
pasarán los
pueblos, los nombres,
los
recuerdos pasarán,
pero permanecerá la silla de piedra,
el trono
inmóvil, ausente en su pensamiento,
fijo,
testigo mudo y confidente. Como
el bosque
confidente, antes de la tala;
como el río,
tras la sequía,
inmóvil.
Arropado por el viento, por la lluvia
lavado,
tostado con el trigal, marcado
por el frío.
Silencioso, reflexivo, quieto, eterno.
El trono de
piedra, portero del bosque.
Sentarse y
esperar contigo,
en ti. Esperar sobre ti, ante ti, contra ti.
Esperar en
tí y ser eterno contigo.
Fatuas,
olvidadas, las gotas de lluvia
sobre el
trono de piedra. Dentro está.
jueves, 18 de abril de 2013
Te rememoro: faltan de pasar (1): Lipti-Lehniv
1.
Te rememoro,
¿ves?,
y así vuelvo
a transitar
por caminos
que juré no
transitar
más;
así vuelvo
a desbocar
las palabras
por entre
los silencios;
así vuelvo
a esta
sincera hipocresía
de sentirme
vivo
recordándome
en tus brazos.
Sin palabras
vuelvo,
sin
mensajes,
sin nada que
decir
realmente:
callado
en el fondo
de la sala,
del salón en
el ángulo oscuro
(con el
arpa),
con la
cabeza baja,
los ojos
entornados,
en silencio,
sin nada que
ofrecerte,
a no ser mi
presencia.
miércoles, 17 de abril de 2013
Eres como un río sin orillas: opualah! (12): Lipti-Lehniv
12.
Eres como un río sin orillas y, por
ende, sin horizontes. Se entretenía el tren cuando pasabas, bolsas llenas en
las manos, por entre la basura, caminando a tu casa. Podría reconocerte en un
mosaico de bicicletas, vendedores ambulantes, traficantes de droga, mendigos,
campesinos, escolares de uniforme, oficinistas despistados, carros de fruta y
pescado seco, mercado ilegal y multicolor. No era por tus ojos (que no eran
únicos), ni por tu cabellera negra, que te reconocía. Alas de cuervo por donde
se te mirase. Las rosas chinas quemadas en los canastillos de incienso y arroz.
Me asustaba siempre mirar hacia atrás y ver las estatuas al final de la calle,
a ambos lados. En medio de los árboles, monolíticas, pétreas, silenciosas,
muertas. El gris triste del temor y la soledad. Como un puntito aparecías a lo
lejos, dibujándote a cada paso, inventándote, creándote. Así hasta adquirir un
cuerpo determinado, un contorno, una medida que encajaba en la pieza vacía de
mi corazón. A mi forma te recortaba, te adornaba o endurecía, te amoldaba, te
quería. A tu paso la hojarasca se alborotaba y ascendía, se quemaba en columnas
ocres y anaranjadas, te escoltaba. En esta afilada red caí, después de dos
amores olvidados por el camino, olvidando que en mi casa la cena estaba lista y
la mesa preparada, la botella atemperándose y mi hermano con las partituras
para mostrarme su avance con el violín, tan lejos de todo esto estaba... Ese
mismo instante se hizo el fuego, desplegando sus alas hasta tocar las
estrellas, como un manto extendido, arropando los últimos coletazos del
invierno. Después de la carta, de la llamada por teléfono, entré al templo y
avancé por la nave central, manchando el mármol con la sangre de mi pie derecho
amputado. Volviste el rostro a mi presencia: no te calmaron mis palabras, ni a
mí las anestesias del incienso. Descaminaste el reguero de sangre hasta la
salida y yo, sostenido en un charco rojizo, apoyé mi frente en la columna más
cercana. Ya entonces sabía que te recuperaría: tu nombre en una inscripción
exacta.
La conocí en los burdeles de Davao.
En su número, domaba serpientes y después las decapitaba con una cuchilla.
martes, 16 de abril de 2013
Saberte aquí. Saberte cierto: opualah! (11): Lipti-Lehniv
11.
Saberte aquí. Saberte cierto. Saber
que estás aquí, que no te has ido, que nunca te fuiste. Ver cómo las heridas
dieron paso a las cicatrices tempranas, lamerse las heridas como un perro
apaleado. Volver al pueblo, pasear por el olmedo en silencio, al borde del río.
Mirar de nuevo hacia tu ventana, saber la casa vacía. El trigal a mis espaldas
extiende su fragor amarillento. Todo está en calma, dentro del ruido de la
tarde. A lo lejos, la campana. Las clarisas estarán retirándose a sus celdas.
Todavía se oyen los niños en el parque. Son las siete de la tarde. En otro
instante serían las once de la noche (en otra vida). El viento me susurra
palabras olvidadas. He soltado las amarras, se me han roto las raíces, y he
quedado así: a la intemperie. Ahora mismo la existencia apenas vale algo.
Reanudo el paseo con la nueva campana. Paso al lado de los muros del convento;
las clarisas, ajenas, duermen. Me zambullo de nuevo en el fragor de lo
cotidiano, sabiendo que mi vida está en otra parte. Retomo la atención en la
carretera, el camino a la multitud, la barbacana. Mas al entrar por el arco te
recuerdo y tengo que acelerar mi huida en dirección contraria. Un sanroque me
mira con su perro y sus heridas. Alguien pasa en bicicleta y me saluda. A la
altura del cine, el recuerdo es ya casi insoportable y me detengo en la
relojería. Miro mi imagen reflejada en el escaparate y, cuando continúo mi
camino, mi imagen se queda allí, entre los relojes, en el tiempo muerto.
lunes, 15 de abril de 2013
Refloreces mi interior devastado: opualah! (10): Lipti-Lehniv
10.
Refloreces mi interior devastado, tu voz me llega a
través de huesos secos. Sabes qué decirme y cómo decirlo, sabes callar. Hablas
de cosas intrascendentes, del tiempo, y eres bálsamo para mi corazón herido.
Sí, casi es para reírse, pensar en el valor curativo de tus palabras. Sin duda
nadie se detendrá a pensarlo, parecerá una tontería. Cómo se van derramando los
sonidos, con lentitud, engarzándose a mis oídos, deshaciéndose en mi interior,
expandiéndose por mi cuerpo, calmando mi alma. Las palabras sobre nada, su
musicalidad, su cadencia, el tono de tu voz, su dulce timbre. Los abismos insalvables de una palabra a otra, su fugacidad y el afán de perpetuidad una
vez dentro. El compás de tu respiración, la música. Y parece ahondarse el
tiempo cuando te escucho: el tiempo no existe, se hace presente y eterno. Así
es tu voz cuando resuena en mi alma, cuando el eco de tus palabras me habita.
¿Y aún no entiendes por qué te extraño?
domingo, 14 de abril de 2013
Yo tenía una casa en Larantuka: opualah! (9): Lipti-Lehniv
9.
Yo tenía una casa en Larantuka. Mi casa no era grande,
era pequeña. No tenía grandes balconadas ni cerraduras de oro, pero tenía
ventanas alegres y un jardincillo con flores. Por las tardes, nos sentábamos a
la puerta de la casa: los niños jugaban a las canicas, las mujeres contaban
historias, los hombres fumaban. Todos parecíamos estar esperando que ocurriera
algo. Si un extraño nos hubiera visto, diría que vivíamos tristes, pues nunca
ocurría nada. Pero no era cierto; sí que ocurría algo, ocurría a cada instante.
El simple hecho de estar juntos, de estar unidos, eso ocurría: y para nosotros
eso era el milagro.
miércoles, 10 de abril de 2013
A pesar del amanecer, los árboles se ven desapacibles, húmedos, viscosos: opualah! (8): Lipti-Lehniv
8.
A pesar del amanecer, los árboles se ven desapacibles,
húmedos, viscosos. El sol recién salido no logra calentar sus ramas yertas, sus
cortezas, deshaciéndose en una viscosidad pegajosa. Sus dedos grises desgarran
las nubes a jirones, plomizas, como una piel de mula. De vez en cuando crujen
los troncos bajo el frío desasosiego del amanecer. Todo el suelo sudoroso, el
bosque rezuma vapores de pesadilla. La neblina va subiendo poco a poco, calando
cada capa, cada anillo, cada cubierta. Y tímidamente se arriesga algún que otro
rayo de sol a traspasar esta membrana rectilínea y acariciar el suelo, las
hojas muertas, el sudor del humus, la vegetación descompuesta. Tantos árboles
santos, tantos maderos sagrados. Van desangrándose los árboles en resina
dolorosa, fría, desapacible, lenta, como deshaciéndose, licuándose. El bosque
vigila, parece estar alerta a cualquier sonido; cualquier movimiento es
detectado; cualquier luz es interceptada y cercenada. Estas grisedades arañan
el cielo, se crispan en nudos y extremidades esqueléticas, muñones quemados de
frío, bultos retorcidos cual tumores, brotes desecados hasta el cristal. El
lento crujir de los árboles, en el concierto del bosque, el desgarro inanimado,
inmóvil, estéril. Se va rompiendo el amanecer sobre el bosque y éste se debate
en la lucha, intenta zafarse, huir del calor, de la luz. Tiembla el frío manar
de la linfa vegetal en las cortezas. La luz que se cuela por los desgarrones
muestra extraños símbolos en las cortezas: letras rojizas, quizás números.
Marcados con fuego o grabados en las pieles, pero, en todo caso, indelebles:
cada cual su marca, su divinidad, sus adeptos. Tantos árboles santos, tantos
maderos sagrados. Holy wood. Nunca la luz ni el calor logra penetrar la
alfombra de hojas muertas humedecidas, resbaladizas, cocidas en su propio frío,
que se extienden por todo el bosque. Este bosque es un templo, por eso no debe
entrar el calor ni la luz, tampoco el sonido. La resina pegajosa va
rehumedeciendo el suelo, hasta formar un verdadero charco vegetal: un
pudridero. Los crispados dedos van arrancando mechones de cielo gris y lo van
recomponiendo, tapando los agujeros por donde el sol de amanecer ha logrado
hacer una abertura. Las afiladas garras tejen un manto protector, lo extienden
por sobre el templo maldito. No se ve ningún animal, no se oye nada, tan sólo
el escalofrío del entrechocar los dedos tejedores, la mortaja que cubre el
bosque. La resina hace brillar los bordes de los símbolos rojos. Holy wood.
Tantos árboles santos, tantos maderos sagrados. Un ruido sordo se entremezcla
por un instante con el frío crujir de los troncos. El bosque se queda
expectante, las garras se detienen, todo se sostiene en un silencio mortal
durante eternos instantes. Se recorta entre los fracasados rayos del sol de
amanecer una silueta que cuelga de una soga. El bosque respira aliviado cuando
descubre que se trata tan sólo de un ahorcado. La resina vegetal empapa el
cuerpo sin vida, baja por la soga, humedece el pelo, la cabeza muerta, y va
absorbiendo al nuevo adepto. Lentamente lo transforma en líquido, en sudor
frío, que cae sobre el humus muerto. El sol de amanecer no logra siquiera rozar
tantos árboles santos, tantos maderos sagrados, tan tupida es la plomiza lona
tejida. Holy wood. Este templo ajeno a ojos vivos, fuera de lo mortal, se
repliega sobre sí mismo y se reconsume, retorciéndose mientras se oye el
nauseabundo rozar de su piel escamada.
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