martes, 30 de abril de 2013

La lluvia fluye sobre la ciudad, ajena al dolor, ajena al llanto (2): Revisitar Sangrazul



La lluvia fluye sobre la ciudad, ajena al dolor, ajena al llanto. En su inocente estupidez, fecunda el asfalto estéril, repasándolo, lamiéndolo de parte a parte, buscando una grieta tan sólo, una ranura, por donde volverse vegetal, volverse vida. Caen cortinas densas de agua, lavando el gris urbano, el neón intermitente, el cemento compacto. Antes estuvo deambulando perdida, la lluvia, buscando a quién regalar su potencia fecunda, su vida, y no encontró peor elección que esta ciudad enfadada. No encontró peor partido para su casamiento. Finura transparente hecha cabello de ángel, maravilla líquida por ser maravilla porcelana. Apenas firma el sol una tregua, y en un momento retoma lo suyo, y en el siguiente lo pierde. Colorea con sus lazos lo vivo y lo trenza a la existencia; y a lo existente lo fija en un telar efímero; y a lo efímero lo calienta con la ilusión de perenne. El paseo inocente se extiende durante la tregua, justo hasta el instante de salir la dama. Y, saliendo la dama, poco a poco se vuelven de coral los vivos. Sigue la inocencia boba de la lluvia paseando por la ciudad en declive. Al filo de las luces ciegas, de cada pareja, uno es arrebatado y el otro permanece, uno cae en lo oscuro y el otro es enaltecido al esplendor, uno se percata de los que viene y el otro disfruta de su ignorancia. Va cerrándose así la lluvia: un círculo vivo que rodea el asfalto. Al día siguiente volverán a escucharse las sirenas, desde lo alto de las rocas de los rascacielos, atrayendo a los incautos navegantes a las costas más peligrosas, anclándoles con garfios en su propio engranaje, sorbiendo la insípida médula de sus huesos. Almas de sed y cuerpos de hambre. Y mientras algunas frentes son partidas por el metal, del fondo de otras nacen largas azucenas.

lunes, 29 de abril de 2013

Desde la calle se ve el interior del bar (1): Revisitar Sangrazul




            Desde la calle se ve el interior del bar: la barra llena de figuras que semejan maniquíes (sentadas, recostadas, bebiendo, entre humo). Se reflejan en mi vaso las personas de la calle: es mi tercer ojo, la llave que me abre el entendimiento. Los hielos se van derritiendo, como el humo de tu cigarro que se deshace en el silencio y así, humo silencio soledad, podrían cortarse con una navaja. Lo que más me gusta de mis ojos es verte reflejada en mis pupilas (¡qué estupidez!, me dices, a mí lo que más me gusta es que me sirvan de espejo). Y así vuelvo al vaso. Las figuras siguen moviéndose en su interior y se pasean sobre los hielos, sin caer nunca al alcohol caramelo. Apenas sonrío decepcionado: lloro, lloras, yo de cansancio, tú de ¿alegría? Parece ser que alguien espera en la puerta. La suavidad de los hielos se resbala por los recuerdos, sus esquinas redondeadas, sus formas suaves, como los dolores silenciosos, las lágrimas en calles desconocidas, la confianza en los extraños, la dirección equivocada, las aceras despejadas y el cielo extraviado. Aparecen luces en los hielos, resbalan y se van. Alguien espera en la puerta y se impacienta. La esponja de mi corazón absorbe el hielo; la esponja de mi corazón absorbe tu hielo; la esponja de tu corazón absorbe mi hielo; nuestros corazones son hielos que se derriten, témpanos. La barra del bar se acorta y todos los dolores parecen más cercanos. Cuando llegue el último trago, me tragaré los hielos. Todos. Ya no habrá alcohol caramelo que los acune, que los redondee y dome sus aristas. Ya no habrá más nada. Mi hígado me anuncia la despedida y me aguijonea la hora precisa. Si una figura sale, otra entra, porque los maniquíes somos intercambiables. Decidido a atravesar el espejo, y a enfrentarme a la persona que espera, no sé si liarme con ella a besos o a navajazos. Cae octubre, como mi alma, y me concentro en respirar, en permanecer vivo, eso es suficiente por ahora. Eso me basta. Eso me sobra.


domingo, 28 de abril de 2013

Lenguajes humanos: faltan de pasar (6): Lipti-Lehniv




Veo mi cara reflejada
en la cuchara:
la sopa me sabe salada;
a veces recuerdo tu rostro,
cuando estoy en la fábrica,
el día de tu nacimiento.
                                   Lenguajes humanos.
Cuando te veo llegar
pasadas las tres de la mañana,
sé que has vomitado,
que has fumado marihuana,
me pregunto en qué me equivoqué.
                                   Lenguajes humanos.
Me dicen en tu colegio
que no llegarás lejos,
que te afectó mucho la ausencia
de tu madre;
yo no puedo pensar en ti
todo lo que quiero,
porque me absorbe la fábrica
y tengo que estar atento a las medidas
del producto,
pero muchas veces,
como un relámpago,
                                   tu rostro se me aparece
entre los ingredientes
y la cadena de producción se detiene
por unos segundos.
                                   Lenguajes humanos.
Y me pregunto
en qué me equivoqué.
Sé que no soy ejemplar,
me lo demuestras cuando te ausentas
viendo la televisión a mi lado,
cuando no me diriges la palabra
si te acompaño al entrenamiento;
apago la luz y dejo el libro
cuando oigo la puerta
y sé que regresas:
los pantalones por las rodillas
y un gorro rojo en tu cabeza,
sé que has vomitado
y tu ropa huele a marihuana.
La cuchara refleja
mi rostro invertido
y cuando miro al tuyo,
al otro extremo de la mesa
antes de que surja la pregunta
                                   (¿en qué me he equivocado?)
sé que la sopa está salada
con mis lágrimas
y sé que tú no sientes
la sal en tu sopa;
miro de nuevo al plato
y recuerdo tu carita
el día de tu nacimiento:
“pásame el pan”,
y me pregunto
en qué me he equivocado.
                                   Lenguajes humanos.
No voy a decirte
que te quiero
porque te sentirías herido,
pensarías que te
trato como a un niño,
no pensarías nunca
que en realidad
soy yo quien necesito
decirlo, decírtelo,
necesito que me lo escuches,
que sepas que te quiero,
pero vuelvo a la sal
de mi sopa,
al plato, a tu carita
de recién nacido,
a la sirena de la fábrica,
donde me refugio
pensando en ti,
en que estarás sentado
en tu pupitre en la escuela,
haciendo números o
durmiendo
los vapores de tus vigilias.
                                   Lenguajes humanos.
Mientras la cadena de producción
se renueva
me apena pensar
que nunca
sabrás cuánto te quiero.
No sé en qué
me he equivocado,
que no soy un ejemplo
me lo muestras claramente
cuando caminas en silencio
y tú te adelantas unos pasos,
no dices nada,
pero sé que te avergüenzas de mí,
que no quieres que te vean
conmigo
tus conocidos,
y yo me dejo retrasar,
pensando en tu primer día de colegio,
cuando te llevaba de la mano
con tu mochila
y tu cuadernos,
y que no querías separarte
de mi lado.
                                   Hoy sé que no es así
y lloro en silencio,
sí, lloro;
los hombres lloramos
sobre un plato de sopa,
en la fábrica
o en la cama vacía y fría
por las noches.
                                   Y me pregunto en qué
me equivoqué.
                                   Lenguajes humanos.


sábado, 27 de abril de 2013

EL INVIERNO Y LA NIEVE: faltan de pasar (5): Lipti-Lehniv



5. EL INVIERNO Y LA NIEVE.

Las nevadas nocturnas, el resplandor del día, la ceguera deslumbrante de lo blanco. La fuente de piedra, helada en medio de la plaza. Las chimeneas. Las castañas asadas en la calefacción, las historias de fantasmas. El sopor blanco del frío, las sábanas heladas; la bufanda y los guantes en la nieve. Las calles encharcadas. El pan recién hecho y aún caliente. Los soportales de la plaza, la gente. El frío en los pulmones, la nariz helada. Las orejas rojas y ausentes. El campanario de la iglesia y las cigüeñas. Las nubes infinitas, las nevadas. Los enjambres de abejas blancas, la cara al cielo, la boca abierta, los sorbos de nieve y las miradas a lo blanco. Los pies húmedos, los calcetines de lana gruesa, los gorros de dormir. La taza de leche con miel. Los metros de nieve, los días iguales, la semana. La noche temprana, el día corto. Las caricias maternales, el sopor. Nieva en mi pueblo, es invierno. El tiempo se detiene, nada pasa.


jueves, 25 de abril de 2013

LA MIRADA DEL PERRO: faltan de pasar (4): Lipti-Lehniv



4. LA MIRADA DEL PERRO.

Suele ser lastimera, mas profunda,
a veces temerosa, indecisa,
pero siempre cargada de humedades,
de lágrimas reprimidas, de sueños de desvaríos.
Siempre al borde de las lágrimas;
sus ojos temerarios, al suicidio; su boca
inexpresiva; su pelo negro, negro. Sin palabras.
Llanto silencioso y contenido, llanto para dentro.
Lágrimas para dentro de caminos campesinos
y trigales,
de casas solariegas cubiertas de musgo
y telarañas,
de campanarios derrumbados con cigüeñas
y golondrinas,
de viejas figuras enlutadas por callejuelas
y fuente.
Esponja que absorbe la realidad a su paso,
la porosa realidad que se aprehende,
magdalena de Proust encarnada en vida perra:
la mirada del perro.
Así se extiende esta mirada como un manto,
un manto parduzco de atardecer de meseta castellana.


martes, 23 de abril de 2013

TARDE DE LATINES: faltan de pasar (3): Lipti-Lehniv



3. TARDE DE LATINES.

Y se casaron y fueron felices
(como en los cuentos)
y nunca supieron más
del sitio de donde salieron.
Cuando el cansancio de la noche
comienza a devorarme
lentamente,
me siento en el peldaño de la puerta.
Veo pasar a la gente,
deprisa,
veo el tráfico y me mareo.
Enfrente está la casa del campesino,
llena de sombras y de recuerdos:
el hombre de oscuro pasado,
los pájaros que hablan y escupen,
la música de piano que se oye,
las luces extrañas y el olor a naranjas.
Se me va cansando el entendimiento.
Mira,
en esa ventana veo un rostro:
una joven sobre sus libros,
estudiando. Veo las cortinas
y las cartas abiertas sobre la cama,
los sobres desgarrados,
las fechas, los finales y los adioses
(todos iguales). Palabras en latín.
Veo unos ojos cerrados
por el aburrimiento, una respiración
entrecortada (dormida).
Me devuelvo a mí mismo,
salgo del libro y los cuadernos
caen, salto desde la ventana
y me vuelvo a mi sitio.
Cae la tarde, caigo yo,
todo cae en mi recuerdo,
y ahora sí, y ahora no,
no me decido a dar el salto.
El tiempo vuelve a su sitio.
Voy a esperar
a que el tiempo vuelva a su sitio.


sábado, 20 de abril de 2013

LA SILLA DE PIEDRA: faltan de pasar (2): Lipti-Lehniv



2. LA SILLA DE PIEDRA.

Minúsculas, brillantes, fugaces,
resplandecen en la silla de piedra,
al lado de los trigales, junto al río.
Lo gris se recubre de vegetal,
Blanco al sol, negruzco, multicolor.
El pesado respaldo y,
en su más profundo centro,
la espalda que encierra el animal herido;
asiento de piedra, trono,
inmóvil en el paisaje del recuerdo,
eterno en la memoria, en el olvido,
eterno. Pasarán
los días y los meses, los años
pasarán; las generaciones,
los hijos, los padres, los abuelos,
los amores, los frutos, las fuentes, pasarán
los buenos tiempos y los malos,
pasarán los pueblos, los nombres,
los recuerdos pasarán,
pero  permanecerá la silla de piedra,
el trono inmóvil, ausente en su pensamiento,
fijo, testigo mudo y confidente. Como
el bosque confidente, antes de la tala;
como el río, tras la sequía,
inmóvil. Arropado por el viento, por la lluvia
lavado, tostado con el trigal, marcado
por el frío. Silencioso, reflexivo, quieto, eterno.
El trono de piedra, portero del bosque.
Sentarse y esperar contigo,
en ti. Esperar sobre ti, ante ti, contra ti.
Esperar en tí y ser eterno contigo.
Fatuas, olvidadas, las gotas de lluvia
sobre el trono de piedra. Dentro está.


jueves, 18 de abril de 2013

Te rememoro: faltan de pasar (1): Lipti-Lehniv



1.

Te rememoro,
¿ves?,
y así vuelvo
a transitar por caminos
que juré no transitar
más;
así vuelvo
a desbocar las palabras
por entre los silencios;
así vuelvo
a esta sincera hipocresía
de sentirme vivo
recordándome en tus brazos.
Sin palabras vuelvo,
sin mensajes,
sin nada que decir
realmente:
callado
en el fondo de la sala,
del salón en el ángulo oscuro
(con el arpa),
con la cabeza baja,
los ojos entornados,
en silencio,
sin nada que ofrecerte,
a no ser mi presencia.


miércoles, 17 de abril de 2013

Eres como un río sin orillas: opualah! (12): Lipti-Lehniv



12.


            Eres como un río sin orillas y, por ende, sin horizontes. Se entretenía el tren cuando pasabas, bolsas llenas en las manos, por entre la basura, caminando a tu casa. Podría reconocerte en un mosaico de bicicletas, vendedores ambulantes, traficantes de droga, mendigos, campesinos, escolares de uniforme, oficinistas despistados, carros de fruta y pescado seco, mercado ilegal y multicolor. No era por tus ojos (que no eran únicos), ni por tu cabellera negra, que te reconocía. Alas de cuervo por donde se te mirase. Las rosas chinas quemadas en los canastillos de incienso y arroz. Me asustaba siempre mirar hacia atrás y ver las estatuas al final de la calle, a ambos lados. En medio de los árboles, monolíticas, pétreas, silenciosas, muertas. El gris triste del temor y la soledad. Como un puntito aparecías a lo lejos, dibujándote a cada paso, inventándote, creándote. Así hasta adquirir un cuerpo determinado, un contorno, una medida que encajaba en la pieza vacía de mi corazón. A mi forma te recortaba, te adornaba o endurecía, te amoldaba, te quería. A tu paso la hojarasca se alborotaba y ascendía, se quemaba en columnas ocres y anaranjadas, te escoltaba. En esta afilada red caí, después de dos amores olvidados por el camino, olvidando que en mi casa la cena estaba lista y la mesa preparada, la botella atemperándose y mi hermano con las partituras para mostrarme su avance con el violín, tan lejos de todo esto estaba... Ese mismo instante se hizo el fuego, desplegando sus alas hasta tocar las estrellas, como un manto extendido, arropando los últimos coletazos del invierno. Después de la carta, de la llamada por teléfono, entré al templo y avancé por la nave central, manchando el mármol con la sangre de mi pie derecho amputado. Volviste el rostro a mi presencia: no te calmaron mis palabras, ni a mí las anestesias del incienso. Descaminaste el reguero de sangre hasta la salida y yo, sostenido en un charco rojizo, apoyé mi frente en la columna más cercana. Ya entonces sabía que te recuperaría: tu nombre en una inscripción exacta.

            La conocí en los burdeles de Davao. En su número, domaba serpientes y después las decapitaba con una cuchilla.


martes, 16 de abril de 2013

Saberte aquí. Saberte cierto: opualah! (11): Lipti-Lehniv



11.


            Saberte aquí. Saberte cierto. Saber que estás aquí, que no te has ido, que nunca te fuiste. Ver cómo las heridas dieron paso a las cicatrices tempranas, lamerse las heridas como un perro apaleado. Volver al pueblo, pasear por el olmedo en silencio, al borde del río. Mirar de nuevo hacia tu ventana, saber la casa vacía. El trigal a mis espaldas extiende su fragor amarillento. Todo está en calma, dentro del ruido de la tarde. A lo lejos, la campana. Las clarisas estarán retirándose a sus celdas. Todavía se oyen los niños en el parque. Son las siete de la tarde. En otro instante serían las once de la noche (en otra vida). El viento me susurra palabras olvidadas. He soltado las amarras, se me han roto las raíces, y he quedado así: a la intemperie. Ahora mismo la existencia apenas vale algo. Reanudo el paseo con la nueva campana. Paso al lado de los muros del convento; las clarisas, ajenas, duermen. Me zambullo de nuevo en el fragor de lo cotidiano, sabiendo que mi vida está en otra parte. Retomo la atención en la carretera, el camino a la multitud, la barbacana. Mas al entrar por el arco te recuerdo y tengo que acelerar mi huida en dirección contraria. Un sanroque me mira con su perro y sus heridas. Alguien pasa en bicicleta y me saluda. A la altura del cine, el recuerdo es ya casi insoportable y me detengo en la relojería. Miro mi imagen reflejada en el escaparate y, cuando continúo mi camino, mi imagen se queda allí, entre los relojes, en el tiempo muerto.


lunes, 15 de abril de 2013

Refloreces mi interior devastado: opualah! (10): Lipti-Lehniv



10.


            Refloreces mi interior devastado, tu voz me llega a través de huesos secos. Sabes qué decirme y cómo decirlo, sabes callar. Hablas de cosas intrascendentes, del tiempo, y eres bálsamo para mi corazón herido. Sí, casi es para reírse, pensar en el valor curativo de tus palabras. Sin duda nadie se detendrá a pensarlo, parecerá una tontería. Cómo se van derramando los sonidos, con lentitud, engarzándose a mis oídos, deshaciéndose en mi interior, expandiéndose por mi cuerpo, calmando mi alma. Las palabras sobre nada, su musicalidad, su cadencia, el tono de tu voz, su dulce timbre. Los abismos insalvables de una palabra a otra, su fugacidad y el afán de perpetuidad una vez dentro. El compás de tu respiración, la música. Y parece ahondarse el tiempo cuando te escucho: el tiempo no existe, se hace presente y eterno. Así es tu voz cuando resuena en mi alma, cuando el eco de tus palabras me habita. ¿Y aún no entiendes por qué te extraño?


domingo, 14 de abril de 2013

Yo tenía una casa en Larantuka: opualah! (9): Lipti-Lehniv



9.


            Yo tenía una casa en Larantuka. Mi casa no era grande, era pequeña. No tenía grandes balconadas ni cerraduras de oro, pero tenía ventanas alegres y un jardincillo con flores. Por las tardes, nos sentábamos a la puerta de la casa: los niños jugaban a las canicas, las mujeres contaban historias, los hombres fumaban. Todos parecíamos estar esperando que ocurriera algo. Si un extraño nos hubiera visto, diría que vivíamos tristes, pues nunca ocurría nada. Pero no era cierto; sí que ocurría algo, ocurría a cada instante. El simple hecho de estar juntos, de estar unidos, eso ocurría: y para nosotros eso era el milagro.


miércoles, 10 de abril de 2013

A pesar del amanecer, los árboles se ven desapacibles, húmedos, viscosos: opualah! (8): Lipti-Lehniv



8.


            A pesar del amanecer, los árboles se ven desapacibles, húmedos, viscosos. El sol recién salido no logra calentar sus ramas yertas, sus cortezas, deshaciéndose en una viscosidad pegajosa. Sus dedos grises desgarran las nubes a jirones, plomizas, como una piel de mula. De vez en cuando crujen los troncos bajo el frío desasosiego del amanecer. Todo el suelo sudoroso, el bosque rezuma vapores de pesadilla. La neblina va subiendo poco a poco, calando cada capa, cada anillo, cada cubierta. Y tímidamente se arriesga algún que otro rayo de sol a traspasar esta membrana rectilínea y acariciar el suelo, las hojas muertas, el sudor del humus, la vegetación descompuesta. Tantos árboles santos, tantos maderos sagrados. Van desangrándose los árboles en resina dolorosa, fría, desapacible, lenta, como deshaciéndose, licuándose. El bosque vigila, parece estar alerta a cualquier sonido; cualquier movimiento es detectado; cualquier luz es interceptada y cercenada. Estas grisedades arañan el cielo, se crispan en nudos y extremidades esqueléticas, muñones quemados de frío, bultos retorcidos cual tumores, brotes desecados hasta el cristal. El lento crujir de los árboles, en el concierto del bosque, el desgarro inanimado, inmóvil, estéril. Se va rompiendo el amanecer sobre el bosque y éste se debate en la lucha, intenta zafarse, huir del calor, de la luz. Tiembla el frío manar de la linfa vegetal en las cortezas. La luz que se cuela por los desgarrones muestra extraños símbolos en las cortezas: letras rojizas, quizás números. Marcados con fuego o grabados en las pieles, pero, en todo caso, indelebles: cada cual su marca, su divinidad, sus adeptos. Tantos árboles santos, tantos maderos sagrados. Holy wood. Nunca la luz ni el calor logra penetrar la alfombra de hojas muertas humedecidas, resbaladizas, cocidas en su propio frío, que se extienden por todo el bosque. Este bosque es un templo, por eso no debe entrar el calor ni la luz, tampoco el sonido. La resina pegajosa va rehumedeciendo el suelo, hasta formar un verdadero charco vegetal: un pudridero. Los crispados dedos van arrancando mechones de cielo gris y lo van recomponiendo, tapando los agujeros por donde el sol de amanecer ha logrado hacer una abertura. Las afiladas garras tejen un manto protector, lo extienden por sobre el templo maldito. No se ve ningún animal, no se oye nada, tan sólo el escalofrío del entrechocar los dedos tejedores, la mortaja que cubre el bosque. La resina hace brillar los bordes de los símbolos rojos. Holy wood. Tantos árboles santos, tantos maderos sagrados. Un ruido sordo se entremezcla por un instante con el frío crujir de los troncos. El bosque se queda expectante, las garras se detienen, todo se sostiene en un silencio mortal durante eternos instantes. Se recorta entre los fracasados rayos del sol de amanecer una silueta que cuelga de una soga. El bosque respira aliviado cuando descubre que se trata tan sólo de un ahorcado. La resina vegetal empapa el cuerpo sin vida, baja por la soga, humedece el pelo, la cabeza muerta, y va absorbiendo al nuevo adepto. Lentamente lo transforma en líquido, en sudor frío, que cae sobre el humus muerto. El sol de amanecer no logra siquiera rozar tantos árboles santos, tantos maderos sagrados, tan tupida es la plomiza lona tejida. Holy wood. Este templo ajeno a ojos vivos, fuera de lo mortal, se repliega sobre sí mismo y se reconsume, retorciéndose mientras se oye el nauseabundo rozar de su piel escamada.