Telémaco es
un hombre joven que no conoce a su padre. El padre de Telémaco estaba más
preocupado en adquirir gloria, luchando en batallas legendarias, que en ver
crecer a su hijo y trabajar para su gente.
La madre
de Telémaco ya casi no recordaba el rostro de su esposo, y vivía como una
viuda: tejía tapices, se encerraba en sus habitaciones y pasaba el tiempo
mirando el horizonte y llorando.
Los buitres
no tardaron en llegar. Devoraban hacienda, paciencia y esperanza.
Telémaco
optó por dejar a su madre encapsulada y partir a buscar noticias de un padre
desconocido y ausente. Así quedó la madre: sin esposo y sin hijo, a merced de
la jauría.
Cuando Telémaco
regresa a su país (siempre aconsejado por los dioses) a la primera persona que
encuentra es al pastor de cerdos de los rebaños de su padre. Este hombre
no-noble ha permanecido allí toda su vida, y Telémaco piensa en si no hubiera
sido mejor tener por padre a un porquerizo, en lugar de a un rey.
El pastor
de cerdos sale al encuentro de Telémaco como el padre de la parábola al
encuentro del hijo pródigo. Y con más amor si cabe, pues Telémaco es hijo único
de su padre. Sólo cuando el porquerizo- padre postizo se ausenta, cae la
máscara del padre verdadero y se oye el famoso (por otros motivos) (¿o por los
mismos?): “Yo soy tu padre”.
Pero Telémaco
no es ingenuo y dice “Tú no eres mi padre”
(me niego tan siquiera a escribir el nombre del padre ausente: se merece un
nombre ausente).
Concluyendo,
que para “odisea” la de Telémaco, que ha tenido que crecer con un padre ausente
y una madre en continua depresión. Un padre que lucha por el amor de otros
hombres (y no por sus propios amores: su mujer y su hijo único), para que después
la esposa raptada-ultrajada del amigo diga que es cosa de los dioses y vuelva a
su casa. En fin.