miércoles, 3 de abril de 2013

La noche continúa en calma, como el día: opualah! (2): Lipti-Lehniv



2.


            La noche continúa en calma, como el día. Se oye una música cercana, pero deja vacío: una música que deja vacío. No es la música la que deja vacío, sino yo, que me siento vacío. El devenir de los días sin objeto fijo, el lento discurrir de los momentos cuando estoy solo y después, reunidos ya en la casa, la fugacidad del tiempo. Casi no me doy cuenta de que estoy vivo. Antes no era así, no me recuerdo así, tan pretencioso, tan apático, tan devastado por dentro. Sucede que de un tiempo para acá, no me reconozco. Podrían presentarme a mí mismo, pues sería otra persona. Se oye la noche. Casi es palpable la brisa fría de la noche. Sintiendo cómo el tiempo pasa por uno y lo avasalla, lo arrolla, cómo lo tritura bajo sus ruedas dentadas. Me gustaría rememorar otras épocas, mas sé que no debo hacerlo (me lo han prohibido los médicos). Medio-vivo todavía, deambulando en los tanteos, noches grises, en época de conmemoraciones, de recuerdos, de homenajes,… ¿Es porque todo lo válido quedó atrás? Veo sus rostros aburridos, cansinos. Más que vivir el tiempo, lo matan. Van desgranándose gotas de aceite en la lámpara de la puerta. Los insectos nocturnos se atropellan en su frenética danzante: mosquitos, polillas, mariposas nocturnas. Pasean los últimos gatos de la tarde, los primeros de la noche. También entre los humanos. Se recoge el día como en un pliegue, recontando su saldo de hoy: tantos muertos, tantos nacidos, tantos enfermos,… Es rutinario para el día contar sus niños, pero lo hace. Ni triste ni alegre, pues es su trabajo: simplemente lo hace. Y después pasa la nota. “Aquí tiene”, un bostezo se le escapa, “el saldo del día”. Y después se va a descansar, pues sólo trabaja en el relevo diurno; la noche se calza su delantal y comienza su turno. Ella, después del trabajo, dice “Aquí tiene”. Nunca añade “el saldo de la noche”, simplemente “Aquí tiene”, pero con una voz tan suave que no necesita añadir nada. Se dobla el día y se despliega la noche. Los sonámbulos se asoman a las ventanas de luces escondidas. Algún filo de farola corta la oscuridad. Los sonámbulos cuentan las estrellas, después fuman un cigarro o beben una taza de café. Por las noches, las mesas de los sonámbulos están vacías.


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