Pasaron
varios meses desde que leí Intemperie (I) hasta que leí Lobisón
(L). La primera asociación entre ambos libros no fue literaria, sino visual: la
portada.
Recordaba
un cordero en la portada de I y un lobo en la de L. Así, ambos animales se me
presentan como símbolos de lo que después se relatará en la novela.
El
segundo punto de contraste que encontré entre ambas es la voz narrativa.
En I de
Jesús Carrasco, se cuenta (desde una aparente objetividad) la historia de un
niño que huye; en L de Ginés Sánchez también se cuenta la historia de un “niño”
(narrada por él mismo). En ambas novelas, el lenguaje deslumbra por su certeza
y por su ajuste a los sentimientos que quiere provocar o que, de hecho, provoca
en el lector. (Avisados quedan…)
En ambas
novelas veo a los protagonistas como víctimas y, en cierto modo, como victimarios
también.
Aparte de
los animales que pueblan las novelas y las voces narrativas, hay otro elemento
que encuentro común en ambas novelas: los monstruos; y no quiero añadir nada más
porque son elementos perturbadores que van apareciendo poco a poco pero que,
cuando aparecen, toman la novela por entero y dejan poco margen a lo que ocurre
alrededor de lo narrado, para centrarse en las luchas, huidas, violencias, como
un agujero negro y sin fondo que va arrastrando todo hasta el desenlace
(fatal). Y esos monstruos son humanos.
Novelas
densas, pausadas, terribles. Novelas con las que tener pesadillas, en las que
los monstruos son los seres humanos más cercanos (y los que deberían
protegernos), y no los animales que aparecen en las portadas. Novelas que es un
orgullo leer y releer, sabiendo que siempre se van a encontrar nuevas aristas y
nuevos matices.
Bien por
ambos, Jesús Carrasco y Ginés Sánchez. Desde acá mi incondicional aprecio y
gratitud.