¿Dónde
están las llaves?
La lluvia, tras los
cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten? Oigo olas a lo lejos pero no las veo.
Arden orillas de ríos,
repletas de árboles. Golpea la lluvia los cristales; desde la cama, la tarde.
Hospital de moribundos, planta de cardiología (¡qué ironías de la vida!).
Calcularon mal la hora:
llega un ataúd rodante. Sigue la lluvia llorando, se va llevando la tarde. Giro
de un lado, giro de otro: el pasillo, los cristales. Cierro los ojos y veo la
lluvia en nieve; mi madre acaba de abrirme la puerta, detrás está mi padre.
Vuelve la lluvia mansa a mis oídos. Su susurro se mezcla con las olas, a lo
lejos.
La luz se retira, acaba la
hora de visitas.
Un anciano, a mi lado,
sigue un partido de fútbol en el televisor. Se recorta la máscara griega bajo
los rayos de esta luna de cristal; lluvia de fondo. La lluvia me moja en mis
propios fluidos de cuerpo enfermo: sudor, saliva, lágrimas, semen, sangre. El
ritmo líquido que moja el asfalto sin empaparlo; el mismo que empapa los
jardines, los árboles, los tiestos del balcón de enfrente. Los rayos de cristal
casi lo devoran todo. La lluvia ahora no se ve: se siente.
¿Dónde están las llaves?
La lluvia, tras los
cristales. ¿Qué me dicen, qué me mienten?
Cierro los ojos y todo
desaparece. El anciano respira apenas, hipnotizado por la luna. Es un licántropo.
Suspiro una vez; suspiro
dos; suspiro tres. Tomo impulso para cerrar los ojos. ¿Cuál es la letra que
cierra los ojos, cuál el sonido? Ya no estoy aquí, ya soy nadie.
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