A
veces las calles llenas de personas se me desvanecen, dejando paso a amplias
praderas surcadas por caballos. Las aceras pulverizan su cemento a mi paso, y
camino sobre la tierra, mis pies desnudos. Cierro los ojos cuando me lleno los
pulmones con el aire fresco de la montaña. Sigo caminando solo, pero el entorno
me es distinto, me trae algo en el ambiente. Los edificios se vuelven vida
vegetal que extiende sus brazos hacia el cielo, se vuelven vida. Todo lo
artificial fluye, como un río, creciendo y desarrollándose, rebosante de
espíritu. También yo me siento vivo en esta vida. (Sé que no es así, que la
realidad es otra. Dime, ¿a quién hago daño en estos segundos de plenitud,
soñando en su presencia? Dime, ¿acaso debo rehusar estos paseos, estos
arrebatos del amor, estos raptos de un recuerdo venturoso?) (Permiteme soñar,
que no hiero a nadie; y, si acaso, a mí mismo. Unos minutos duran mis partidas,
pues después la realidad se me impone. En los momentos de dolor incontenible,
intento juntar todos los minutos, pero la cuenta no me sale. Por eso, ten
compasión, y déjame perderme en su presencia; sabiendo que la pena de amor ya
no se cura sino con su presencia ¿y su figura?) (Su figura… En tantos cuerpos
la he buscado que he perdido la cuenta, la misma cuenta que los minutos no
sumados. Y todo no son sino copas de ajenjo que apuro con avidez, con la avidez
del condenado a muerte, con la avidez del que todo lo perdió).
Mira
en los bolsillos de tu chaqueta: encontrarás una foto vieja con una dedicatoria
en el reverso. En el papel hay nieve dorada cayendo. Amanecerá oscuro el día
que encuentres esta dedicatoria, y por fin sabrás que amé hasta el dolor, hasta
la muerte. Su sola presencia en mi recuerdo me aniquilaba. Me consumía cada día
esperando la muerte para volver a sus brazos, para consumirme en su regazo,
para descansar.
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