Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Sabía
que eras peligrosa, que no podía amarte demasiado, que me robarías todo, y
terminarías con mi vida. Lo sabía, ¿de qué me sirvió? Te veías tan hermosa en
otoño, caminando por la alameda y tapándote con la bufanda. Iluminabas todo a
tu paso, irradiabas una luz dorada. Muchos me advirtieron, ¿de qué sirvió?
Cuando la luz iba muriendo, no tenía miedo, porque estabas a mi lado. No
temblaba. Y por un momento pensé que eso sería eterno, que no habría fin, ni
extinción. Pero la felicidad dura un parpadeo, y no me dí cuenta hasta que
pasó. Te veías tan linda…
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Entonces
fue cuando me encontré en lo oscuro, me reconocía a mí mismo entre las sombras,
me tuve miedo. Mas ya era demasiado tarde, tú habías partido. Te habías llevado
todo: te me había llevado. Pisaba las hojas secas en la alameda, los ojos
secos; llevaba tu bufanda enredada en mis manos, en mi alma; la luz ya era
gris, tal como sería a partir de entonces. Me sentaba en los bancos, viendo
pasar el tiempo, viendo la caída de las horas, la muerte de todo sueño, y a mi
alrededor todo tenía una extraña incandescencia, como de otro mundo. Salía el
frío de la noche: no lo sentía. Los perros vagabundos me ladraban para
despertarme.
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
Quiero
creer que fue así como sucedió: sabiendo que eras peligrosa y encontrándome en
lo oscuro, llegué hasta aquí. Mírame ahora, gris, otoñal, vacío, inerte,
muerto, con una placa a mis pies que dice quién fui. En mi memoria sigues
caminando por la alameda, aterida de frío, tapándote con la bufanda. De vez en
cuando me miras, al pasar; a veces percibes que existo; incluso a veces, muy
pocas, piensas que estoy vivo y que te miro desde este pedestal inmóvil, desde
este corazón detenido.
Tuve
que secarme para descubrir que todas mis fuentes están en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario