martes, 21 de mayo de 2013

Le llamaban Juan de Hierro (16): Revisitar Sangrazul




            Le llamaban Juan de Hierro y nació en un río muerto, desecado. Vivió un tiempo en el bosque, solitario, alimentándose de insectos y de raíces. Durante cincuenta años no vio a otro ser humano, por lo que se creía solo en el mundo. Un día aventuró un paseo más allá de los límites, o los humanos del pueblo aventuraron un paseo más allá de los límites (no se sabe), y Juan de Hierro descubrió al otro. El otro resultó ser un niño moreno y descalzo, al cual Juan de Hierro cargaba sobre sus hombros, como si fuera un rey y él su trono, y mataba las hormigas que mordisqueaban sus pies pequeños. Corrió Juan de Hierro con el niño sobre sus hombros: corrió atravesando el bosque y atravesando el río, saltó cercas y escaló montes, encaró fieras y espantó aves de rapiña. Juan de Hierro arrancaba musgos y líquenes, para hacerle un colchón al niño, y entretejía hojas secas para resguardarle del frío nocturno. Con sus propias manos, Juan de Hierro estrujaba almendras que convertía en leche y arrancaba manzanas silvestres y setas, y se lo presentaba al niño sobre un mantel de hierba. “No volverás a ver a tu padre ni a tu madre”, decía Juan de Hierro al niño, “Pero te guardaré a mi lado, pues me has devuelto la libertad”. Y el niño lloraba, al acordarse de su casa; pero pronto reía de nuevo, descubriendo el bosque desde los hombros de Juan de Hierro. Al cumplir los siete años, Juan de Hierro encomendó al niño el cuidado de un riachuelo de oro. Así pasaba día tras día el niño, contemplando los peces dorados y las aves transparentes que revoloteaban sobre el agua.
            Un día, Juan de Hierro no regresó. Se hizo de noche y el niño seguía sentado a orillas del riachuelo. El oro del agua resplandecía en la oscuridad, bajo la atenta mirada de la luna. Pero al día siguiente, Juan de Hierro no regresó. Y al otro tampoco. Al tercer día, al amanecer, el niño comenzó a llorar, viendo que Juan de Hierro no regresaría jamás. Sus lágrimas caían al riachuelo y formaban círculos. El niño se asomó a la superficie dorada y, sí, ahí estaba Juan de Hierro, llorando. Y, cuando el niño sonrió, Juan de Hierro le devolvió su sonrisa.


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