sábado, 18 de mayo de 2013

Dejarse arrastrar por el corazón herido (14): Revisitar Sangrazul



El cielo está rojo, como mi cuello: sangrando. Se abre el horizonte con estrellas invisibles, se ensancha, se alarga, se hunde. El cielo nocturno agujereado se sangra en destellos afilados que bañan las ramas desnudas. El tren, a lo lejos. Camino al cementerio, la noche parece más fría de lo que es. También parece más acogedora (a pesar de más fría). Suenan a lo lejos las voces, en la casa, contando historias, cantando. Vuelve el recuerdo de lo eterno en cada paso. Sentirse vivo, respirar, desgranar uno a uno los latidos, llenarse los pulmones de bocanadas de aire frío: permitirse que el tiempo pase y te haga muescas en el alma. Dejarse arrastrar por el corazón herido, que tira del cuerpo y lo mueve, como un pájaro enjaulado que revolotea buscando la salida. Cerrar los ojos y verse recogido en la noche, desplegado, repartido, dispersado, consumido, consumado. Abrir los brazos e inmediatamente alzar el vuelo, o ser crucificado, o recibir otro cuerpo en un abrazo. Sentirse vivo, sentirse libre, sentirse uno, sentirse nada.


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