Me
despierto con el ruido del tráfico: cinco de la mañana. Cuarenta años, pero,
cuando despierto en la oscuridad, tengo que recordarme la edad: me despierto
asustado, tembloroso. Mis despertares no son los de hace treinta años. Mis
sueños, tampoco. Con la edad he aprendido a llorar por dentro, a quejarme poco,
a sonreír como máscara ante la adversidad. Miro la ciudad: cinco millones de
almas. Y en las azoteas veo las alas de los ángeles, velando. Sonrío y saludo a
uno con la mano. Sonríe y alza el vuelo; se pierde en el cielo salpicado de
estrellas. Apoyo la frente en el cristal frío y éste se empaña con mi
respiración. Acaso te lleve esta noche el río mis promesas, mis palabras, mis
saludos. El tiempo no pasa en vano. Tengo tus ojos en mis entrañas dibujados.
Mírame, perdido en la noche, observando la ciudad que duerme. Las farolas
dibujan a un joven con un ramo de flores; camina presuroso; tira el ramo de
flores a una papelera; da la vuelta y deshace lo caminado. Aparece detrás de él
un ángel (o quizás sea un recuerdo). Las flores rojas en la basura me recuerdan
tus labios, tus heridas,… Mírame, desde que te perdí, desde que te fuiste,
desde que me abandoné, … (¿vincit fortuna?). Y en mi alma aparece un
sentimiento, memento mori, que lo cubre todo como una fina membrana, como una
capa de nieve, como un manto protector. Imposible sentir ya el frío de la
noche, pero tampoco el calor. Imposible sentir hambre ni sed, pero tampoco la
saciedad. Imposible sentir tristeza, pero tampoco alegría. Imposible sentir ya.
Imposible sentir. Mi corazón está en un cofre, quiero pensar que no es una urna
mortuoria, quiero pensar que está adormilado, esperando el momento (¿qué
momento?), esperando alguna señal, algún gesto, alguna estrella fugaz o un ramo
de flores despreciado. Vuelve el ángel a su posición de vigía nocturno y sé que
puedo volver a la cama, y dormir sin pesadillas, sin despertarme sobresaltado.
Vuelvo a la cama pensando en tu presencia y el ángel, desde la mesilla de
noche, me alarga un frasco de somníferos. Hoy dos serán suficientes, después de
vislumbrar tu rostro. Y, al tomar las pastillas, el agua me sabe a agua. Y, al
dormir, el sueño me sabe a sueño.
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