martes, 14 de mayo de 2013

Me hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías (12): Revisitar Sangrazul




            Me hubiera gustado tenerte en mis brazos mientras morías. Me hubiera gustado sostenerte cuando entregaste tu alma. Estar ahí para ti, que sintieras mi presencia, que sintieras que te quería. Me hubiera gustado verte cerrar los ojos. Sostenerte así, como recién nacido, recién entrado a la eternidad. Poder sentir tu aliento que se extinguía, el calor de tu cuerpo que se apagaba, tus recuerdos que se alejaban y se expandían. Te hubiera devuelto a la tierra, como un fruto maduro, como una semilla, la semilla de tu cuerpo. Sostenerte para que no sintieras miedo en el viaje, para que supieras que estaba aquí, contigo. Susurrarte al oído palabras de ánimo que no necesitabas, pero que yo necesitaba pronunciar. Llorar sobre tu cuerpo moribundo que no necesitaba mis lágrimas, pero que yo necesitaba humedecer con mi tristeza y mi dolor. Era yo el que necesitaba las palabras, las lágrimas. Saber en mi corazón que me mataste contigo, o al menos una parte de mi ser. Necesitaba verte morir, que no me lo contaran, que no me lo ocultaran: estar ahí, presente. Ver la Muerte cara a cara de nuevo, después de rondarme a mí, esta vez en un ser amado. Plantarle cara a la Dama Negra para reírme de su supuesta crueldad y decirle que no podía nada contra mis sentimientos, que Ella me convertía en un sagrario inviolable de tu amor y tu recuerdo, en una tierra sagrada. Descalzarme ante tu partida. Dejarte reposar, fruto maduro. Contemplar el amanecer entre mis lágrimas y dejar que el sol me secara la cara. Respirar hondo, una dos tres veces. Recoger tus cosas, y explicarle que ya no volverías. Donar tu ropa, quemar tus cuadernos, conservar tus cartas. Permitir salir al dolor, convertirse en las paredes de este santuario de tu amor. Olvidarme del mundo, desterrarme de mí mismo, aniquilarme. Cumplir y colmar una a una las leyes de la aniquilación.
            Así fue como me sucediste, así fue como te me moriste por dentro, ave fénix, para resucitárteme en mi andar, en mi sonrisa y en mi forma de escribir la letra “a”.


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