viernes, 22 de febrero de 2013

La silla azul: CUADERNO DE LIPTI-LEHNIV (RIANGKEMIE TRAS LA LLUVIA) (6)



6.
La silla azul.
            (A Miguel Martínez).

            Recuerdo tu silla azul colgada de la pared. Los amplios salones vacíos donde resuena el eco de los murmullos, donde se derrama la luz verdosa del día, por los amplios ventanales, los grandes ojos abiertos de par en par. Los amplios salones vacíos donde siempre es caliente el aire y parecen moverse las cortinas al compás de una música callada. Desde el umbral contemplo la arboleda: nunca entró en los amplios salones, nunca. Con tristeza adivino los árboles talados, más allá de la ventana, más allá del camino de tierra, y la acequia cuyo canto dejó de ser risueño el día que abandonamos. El cielo azul, imitando estos muros, y el aire caliente de principios de agosto, porque siempre es en principios de agosto. Así los contemplo, solo, dejando que la tristeza vaya viniendo en suaves olas, hasta sentir las olas saladas en los ojos. Y allí permanece para siempre la silla azul colgada de la pared. Tu silla azul. De tejado en tejado van dejando pesadas grises los recuerdos, van saltando gatos torpes con la piel erizada, cercanas las escaleras, los caracoles, los próximos deshielos (y con ellos el romper de la membrana de la fuente…). Las manos me cierran los ojos y contemplo el otro salón con mil ventanas, más triste, más solo, más grande. El techo es tan alto que caben todos los adolescentes atolondrados del mundo, vigilados por cocodrilos de uniforme, por perros perezosos, por árboles tullidos. ¿Dónde dejaría la estatua el trazo negro de los cuervos eléctricos? ¿Dónde se olvidó el brochazo brillante de tu pelo, el relámpago ciego de una tormenta de verano, sin lluvia, sin agua, sin realidad posible? Junto con la suave pelota echada a rodar, escaleras abajo, van descendiendo hacia la fuente todos los recuerdos verdosos de estos amplios salones vacíos. El aire cálido hasta la náusea, hasta tener que abandonar el pasillo y salir de la casa a la nada, hasta dar media vuelta y ya haber olvidado para siempre estas estancias, el color de las murallas y de los muñones de los árboles a través del cristal. Con las últimas bandadas de hormigas somnolientas, bajo el bochorno de los primeros días de agosto, el cocodrilo de uniforme cierra las puertas del salón vacío. ¿A qué tanto misterio y tanto sueño? Hace tiempo que se olvidaron estas habitaciones, ya nadie las echa en falta. Salvo por tu silla azulada en la pared como un desafío. Esta es la prueba más palpable de que vivimos acá, de que lo abandonamos, de que tenemos aún algún recuerdo, de que moriremos algún día y se nos llevarán para siempre estas hormigas desganadas. La risa de la acequia se vuelve transparente mientras va cayendo la noche. El verde del día se ha desteñido con estos muros exiliados y lamentables (sólo la silla en la pared parece ajena y se olvida de desteñirse). El pasillo está vacío, y no quiero entrar a los salones de noche, porque no hay motivo, no hay recuerdo. Tan sólo un dolor y la sensación de haber perdido algo y no saber qué es, cuando veo la silla en la pared, inmutable al cambio…




Se me olvidó escribir así,
en catarata,
ya no puedo escribir así.
Ya no sé dejar
espacio entre las palabras,
entre las líneas música.
Y es que las palabras se me agolpan
en la boca, se me agolpan
en el pecho, en las manos
se me agolpan,
me avasallan, luchan por salir,
oprimen todo mi cuerpo,
y cuando escribo
emborrono los papeles con tonterías
sin saber lo que escribo
y todo se me queda entre las líneas:
así, los papeles manchados de tinta
pero no saben decirme lo que quiero,
todo se me queda entre las líneas.
De esta manera es como, en tropel,
en jauría, en riada asfixiante y devastada,
me golpean las palabras
sin poder acallarlas,
sin poder cerrar mi cuerpo
a su presencia invasora.
Y yo ensayo una estúpida venganza,
palabras en tropel, en jauría,
sin orden ni música, sin ritmo,
y os rompo por medio antes de plasmaos,
destruyo toda posible
belleza, fuerzo
las líneas al máximo,
no dejo ningún espacio, ningún
resquicio para que se filtre
vuestro maleficio verbal
vuestra presencia
en ríos tormentosos y en dobleces.
Mas de nada sirve y os reís así de mí,
desdoblando en el espejo
mil veces
mi rostro nuevo de cada día.



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