Recuerdo tu sangre,
en Davao City, en Filipinas;
tus llagas,
en Singapur;
tu dolor,
en Lembata, en Indonesia;
pero, sobre todo,
recuerdo tu silencio.
Las horas interminables
en silencio;
dejando la vida pasar,
viviendo la vida sin más,
por el mero hecho de sabernos vivos.
Ahora ya
ni sangre, ni llagas, ni dolor:
sólo silencio.
Pero silencio habitado, silencio sonoro, silencio elocuente, silencio que puede escucharse.
ResponderEliminarabrz. hr