8.
A veces quisiera no sentirte, no quererte, no conocer
siquiera tu existencia, para así entregarme sin temor a la batalla, a la lucha,
sin temer perder la vida. Cuando pienso que podría existir de otra manera, y
entregar mi vida a causas nobles, aunque pocas quedan ya que realmente
merezcan la pena. No atar así mis
latidos a tu cintura ni hacer depender mi respiración de tu mirada.
Y es que, cuando abro la ventana en la mañana, junto con
el ruido y los ladridos, me viene el eco de que vives, de que piensas en mí,
aunque nadie nos vea nunca juntos. Si hay una reunión importante te veo entre
los papeles y en las pancartas de la huelga es tu nombre y tu rostro los que
leo, cuando explico a mis alumnos un poema son las letras de tu boca las que
escribo, y si cierro los ojos aún te veo, retenida en mis pupilas, en lo
oscuro. Dime cómo borrarte, cómo hacerlo, sin perder también contigo mi
memoria, sin renunciar a ser yo mismo si una nube negra te me lleva. No importa
lo que escriba o lo que oiga, estoy en tu presencia de continuo y, si duermo,
de seguro que mis sueños llevan tu silueta entretejida.
Nunca te escribí una carta, un poema, ni siquiera una
nota en el espejo, nunca pronuncié en público tu nombre, ni conservé nunca foto
tuya. Pero la vida corre por tus venas y estás más viva que yo mismo. Sé que
existo en tu memoria y que es tu cariño lo que me sostiene. Y no sé cómo pensar
en otra cosa, pues te llevas con tu vida todas mis causas.
Mira, hagamos una cosa, vivamos un segundo eternamente.
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