Todo inicio es así: vacío. Siempre
pensaba en blanco cuando los inicios, pero no. El inicio es vacío, no blanco.
Tampoco es silencioso, sino apabullante, atronador, el inicio. Es vacío
insoportable. ¿Y de este inicio que es vacío trato de sacar mis sentimientos?
Trato de arrancar estos recuerdos retazos ramalazos para que el dolor no se los
lleve, el olvido.
Y a pesar de la dureza voy a tener
que hablar de ello: de los ceniceros vacíos encima de la mesa, de los
cigarrillos en medio de la noche tropical, de su humo, del hombre que los
fumaba, de ese hombre, de ninguno más voy a hablar: sólo de ese hombre. No voy
a desarrollar en exceso estos brotes. Incluso voy a podarlos antes de que
crezcan, para que se hielen con este frío de febrero. Conozco brotes que
soportan el frío, que hibernan, que resisten el paso del tiempo. Olvido decir
algo: he mentido: no voy a hablar de un solo hombre, porque cada hombre
arrastra una multitud de rostros tras de sí: voy a hablar de varias personas,
centenares quizás, quizás miles. Y lo voy a hacer de manera desordenada, a
golpe de corazón, que es el peor golpe.
¡Qué vacío está todo! ¡Qué vacío
estoy todo! Dejé morir al viejo poeta. Sí, lo dejé morir. Dejé que el calor y
la fiebre le quemaran hasta consumirse y con sumirse en un profundo silencio
cálido y verde se marchó, se fue. Tan sólo fue eso en el inicio: vacío. No fue
ningún sentimiento, ningún pensamiento, ninguna experiencia, fue la ausencia de
todo, de todo sentimiento, de toda idea, de toda vida. Fue el fogonazo en el
que todo se consumió sin haberse apenas concluido: fue el dolor, la locura. La
desilusión. El abandono de la lucha por vivir. El abandonar, el abandonar-se.
Nada es comparable a las noches en
el calor de la isla. Tan sólo se oye el fragor del mar y los murciélagos
grandes que mordisquean los mangos y las chirimoyas. La brisa suele soplar
poco: viene preñada de calor, de olores, de ecos lejanos, ausentes, perdidos.
Allá es donde aparece este humo. El humo de
un cigarrillo cada noche, de dos cigarrillos. El humo de las cremaciones
festivas, donde se cena tras el funeral y se cuentan leyendas y chistes.
La noche no pasa lenta, simplemente
no pasa, se detiene, se queda retenida en el corazón. La noche son cien noches,
mil noches, mil y una noches: los mismos cuentos con distintos collares, los
mismos perros con distintos finales.
La indiferencia.
La ausencia.
Desentenderse de uno mismo, que
igual da estar vivo o muerto, acá o allá, con éste o con aquél. Ya no importa.
La indiferencia. Y todo por la muerte del viejo profeta.
Las bocanadas de humo, nubes enanas,
pensamientos, suben lentamente, se tiñen del negro de la noche, de esta noche
detenida-retenida-deteniente-reteniente, de este momento que no osa pasar, que
no pisa los umbrales de la siguiente hora, del instante próximo. Las sillas
verdes de plástico detrás de la casa, frente a la palmera grande y el hoyo
donde se quema la basura, frente al cementerio, al mar, a Adonara, al cielo, al
vacío, al negro de la noche. El descanso tras el ajetreo cotidiano: la
paciencia asiática. Ni siquiera las palabras ni los gestos tan sólo las
presencias para sabernos vivos y existentes para sabernos significantes para
sabernos simplemente. Para sabernos. ¡Tan mal lo recuerdo ahora!
La llamada de teléfono en un
mediodía destemplado, la fiebre, la ausencia. El silencio como prueba patente
de la fragilidad de la vida, de la inutilidad de la ausencia, de su
sin-sentido. La pérdida de los sueños, las ilusiones rotas, el desperece de la
locura y el susurro irritable de la desesperación, de la fiebre, de los mareos,
del dolor de cabeza.
El mar nos mandaba trozos de mar y
el cielo trozos de estrellas; la palmera no mandaba nada, era más astuta y
callaba, esperando el momento. ¿Dónde estabas tú entonces, alma corazón sentido?
¿En qué parte te refugiaste y escondiste tu deforme y amoroso rostro? De tu
ausencia saco fuerzas, pero la vida me venía de tu presencia. ¿Dónde estabas tú
entonces?, ¿en qué ladera? Tras tu voz perdida no quedan más silencios. Los
ruidos perdidos son la transparencia, mis palabras son el desconsuelo, la
vacuidad, la nada. Quedándome tanto, no me queda nada.
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