19.
Siempre
encuentro, en mí mismo, innumerables ocasiones para decirme que no sirvo, que
no soy digno: excusas tan sólo de mi cobardía. Si encarara tempestades sin
brújula y con las velas hechas jirones y saliera airoso, igual diría que no
puedo. Aún en la noche en que se incendiara mi mundo y, en cada brazo dos
personas y miles en el alma, todos salvos, nadie perdido, suspirando de alivio
y alegres por estar vivos, igual diría que no puedo. Y no es tanto el peso de
los días, que sí, sino el deambular constante del sentido, no saber hacia dónde
dirigirlos. Los ideales, bien; los programas utópicos, bien; los grandes
relatos, bien. Pero es en lo concreto en que me pierdo, en la vida diaria que
se juega mi existencia. Estas reflexiones no surgirían en mí si no me hubiera
encontrado muchas veces en esa texitura: yo o alguien conocido.
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