18.
Las
palabras escritas que no serán nunca reveladas. Quedarán en la hoguera,
devoradas por una gula pirómana y
quizás, en esas mismas llamas, arda yo, arrojándome ciego a la inmolación. Como
un hereje. Tras este velo que esconde las palabras. Nadie sabía que al golpear
manaría la sangre a borbotones, que se rompería la fina membrana que recubría
lo secreto. El problema es que no acabo de asumir el anonimato de manera
perfecta: no me resigno a ser ese grano de arena en este desierto. Y debo
admitirlo, acostumbrarme a lo gris de los días en medio de lo verde, apagar mi
voz para que griten mis manos. Arrojar todos mis escritos en este remolino.
Pero me es demasiado doloroso hacerlo yo mismo. Pediré ayuda, y sin ser yo
testigo, pues no estoy seguro de escapar al poder hipnótico de mis ecos en el
fuego, a escapar al deseo de quemarme hasta la extinción con mis propias
palabras: mi propia voz. Saldrán siempre otros trovadores, otros reyes, otros
profetas. No será necesario levantar mausoleos ni premios tras mi pérdida. En
realidad, pérdida supone ausencia de algo poseído y sin conciencia de poseer
algo, sin conocerlo siquiera, la tal pérdida no es posible. En definitiva: que
no se habrá perdido nada. Nada salvo esta ¿melancólica? (no es la palabra más
oportuna, pero ninguna más acude a socorrerme) ilusión infantil, este deseo de
compartir no las palabras sino sus trasfondos, las trastiendas del corazón. Me
imagino que allá es donde se guardan los repuestos, los recambios, los últimos
cartuchos, las reservas “por si acaso”, y esto puede decirse de sentimientos,
de pensamientos, de palabras o de hechos. No sé de qué manera estas trastiendas
se nutren y se organizan, si se autoabastecen con lo real o si acumulan lo
deseado, si se apoyan en lo que es o en lo que pudiera haber sido o en lo que
nunca ocurriría. En cualquier caso, y de cualquier manera, sería bueno poder
echar un vistazo de vez en cuando a estos cuartos de atrás. ¿Cómo podrá hacerse
uno con la llave? (Después de encontrar la puerta adecuada en los oscuros
pasillos con puertas de cristales enmarcados en madera, claro). Además es allá
donde siempre fallan las bombillas, donde se anuncian sombras o se ensayan
roces, donde aparecen los fósforos uno dos tres éste tercero logra encenderse
hasta quemarse los dedos y ser arrojado, no sin antes ver que no era para
tanto: tampoco da tanto miedo estar solo en medio de la noche, en un pasillo
oscuro, con un manojo de llaves y sin saber quién ha encendido esta cerilla
enfrente de tí, pues tú tienes el manojo de llaves aferrado como quien aferra
una rama en el precipicio al que está abocado. Un cofre dorado y terciopelo que
acumula polvo y telarañas y abrirlo, encontrar la llave o forzar la cerradura,
¿quién habla de puertas? esto es un cofre, y si no, romperlo y sin sí saberlo,
que lo importante es el contenido, lo importante es ser contenido: palabras. No
me refiero a dibujos de letras en papeles, eso no son palabras sino libros o
apuntes o recortes o qué sé yo. Me refiero a palabras, ecos, voces, no a su
representación; y es ahora cuando me doy cuenta y esta toma de conciencia se me
vuelve pavorosa y me produce vértigo: puedo quemar mis cuadernos, destruir mis
carpetas, pero nunca podré borrar las palabras que han nacido; podré matar su
representación, pero nunca matarlas a ellas mismas. Pues no sólo estos papeles
son representaciones de palabras, sino que las palabras son representaciones de
otras cosas, y esas “otras cosas” no pueden borrarse: silencios, ausencias,
encuentros, dolores, recuerdos, lágrimas. Estos arcones antiguos siempre
guardan algo de infancia en su interior, algún descubrimiento revelador de
última hora que reilumina todo lo que ha venido a ser hasta este preciso
instante. Sé que son lugares comunes, pero no los rehuyo, pues estos lugares
comunes coinciden (o son) los lugares humanos. Por eso no voy a lanzarme a
otras empresas: pisaré los caminos que todos han pisado, beberé de las fuentes
que todos han bebido, hablaré las palabras que todos han hablado, sufriré los
dolores que todos han sufrido. No buscaré ser único ni original, no es ése mi
destino, sino al contrario, compendiar en mí todo lo humano, como los lugares
comunes, ser cada vez más humano, más anónimo, multiplicado, ser cada vez más
todos, ser cada vez más la mayoría, la raza humana, lo humano, lo vivo. Parece
ser que ya esta puerta está entornada, ahora no me aterra tanto lo que hay al
otro lado: también el dolor, el olvido y la muerte son lugares comunes, también
a ellos me veré abocado. Mis reservas de dolor, olvido y muerte aún no están
agotadas, así que aventuro que vendrán otros tiempos menos venturosos que los
presentes, aunque en éstos no esté como para estallar de júbilo. Como un
curioso impertinente, volveré a cerrar la puerta, el cofre, sin ruido, qué
tonto estoy solo y tomo todas las precauciones para no hacer ruido, pero es
como una costumbre, una tradición, un rito: he visto algo que quizás no
correspondía haber visto ahora, esta contemplación de la trastienda. Desandando
lo andado, retornaré al lugar de donde partí: volveré a ser una voz mediocre,
una estrella fugaz en el torbellino de voces pretendidamente originales,
radicales sin raíces, haré como que ignoro la existencia de esta puerta, de
esta trastienda. Me digo a mí mismo que no es por hipocresía: es por respeto a
la vida: cada momento tiene su tiempo, y éste no era el momento, me he saltado
varios ciclos o varios lugares comunes. Puedo hacer trampas a los demás, pero
resultaría patético hacerme trampas a mí mismo. Volveré a los lugares comunes,
a la representación de la representación de la representación, al fárrago y
cansancio de las corrientes, a la oleada de vientos y tempestades. Este tercer
fósforo dura demasiado. Debería decir que quema los dedos y es arrojado al
suelo. Oscuridad de nuevo. Silencio, soledad, venas de mi sangre. Leve
ondulación del aire, el mundo es creado
de nuevo, ante mí aparece un luminoso cuarto fósforo, y yo aún no sé quién lo
ha encendido y de quién son estos dedos que sujetan todo con un sentido fuera
del sentido, con una luz en estos dedos,
con un reflejo que ilumina estos oscuros pasillos.
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